domingo, 24 de abril de 2022

Mister Witt en el cantón.- Ramón J. Sender (1901-1982)


Ramón J. Sender (Author of Réquiem por un campesino español)
VIII.


 «Otra madrugada de un día de julio se levantó y volvió cautelosamente a su despacho mientras dormía Milagritos. Estaba el balcón abierto y no encendió la luz porque entraba la luna, reforzada, además, en intervalos regulares por el faro de San Julián. Abrió todos los cajoncitos del bargueño, sin hallar nada. Pequeños recuerdos relacionados con la historia de sus amores matrimoniales. Un mechón de pelo rubio. Dos puntas de cigarro sucias, guardadas en papel de seda. Iba a comprobarlas, febrilmente, al balcón. Como vio algo escrito en los papeles que las envolvían encendió la luz. Eran fechas. Una en cada papelito. Volvió al bargueño, dejó las reliquias donde las encontró y siguió registrando. Mister Witt se desdeñaba un poco a sí mismo en aquellos momentos, se sentía el “mister Güí” del encuadernador y de los subalternos de la Maestranza. Seguía investigando con celeridad, desdeñando las pruebas de amor. “Ya sé que me ama. Son quince años sabiéndolo” —se decía—. Y buscaba ansiosamente pruebas de lo otro, de la traición. Porque no podía dudar mister Güí en aquel instante —arrodillado bajo el dibujo en busto de su abuelo—, no podía dudar siquiera de que Milagritos no hubiera necesitado completar su vida de algún modo con otro ser. Con otro hombre primario como ella, pero absorbente; inmenso y simple como Carvajal, como Antonete, como la noche y el mar. Mister Güí se detuvo un momento. Le disgustaba su propia prisa, sus precauciones. Pensó, sin que el pensamiento llegara a cuajar, que en todo aquello, en su propia ansiedad, había algo aventurero —una aventura del alma en las que para Emerson estaba todo—, pero recordando las del desalmado abuelo Aldous no se atrevió a compararse con él.
 El mueble era historiado. Estaba hecho de laberintos y sorpresas. Las buscaba afanosamente, sin encontrarlas, y cuando menos lo esperaba, merced a un contacto casual de sus manos con algún resorte, se abrió una tapa de laca y cayó un manojo de cartas. Las primeras eran suyas. Las demás de Froilán. Las separó y se fue a la mesa apretándolas codiciosamente en sus manos. Eran cartas antiguas de quince y veinte años atrás. También las había recientes. La última estaba fechada en 1869.
 —El año de su muerte —se dijo mister Güí.
 Y leyó afanosamente, subrayando frases e intenciones:
 “Querida Milagritos: Soy doctor en Filosofía y Letras y notario. El mismo día que he logrado la plaza he tenido que huir. No me van a dejar ejercer, ni quiero. Tu primo haría muy mal notario. Te escribo con el alma llena de recuerdos de Lorca, de la cocina con sus maderas obscuras teñidas por el humo y las consejas de los viejos, de nuestros abuelos; te escribo con el deseo de pasar una temporada contigo en tu casa, lejos del mundo. Y no es que tenga motivos para sentir el cansancio y el aturdimiento de una vida social a la que esté entregado; no pienses eso, porque te equivocas. No hago vida social ninguna. Ya te digo que el mismo día que me examiné tuve que huir y esconderme. Llevo dos meses en casa de unos correligionarios, que me atienden bien. No puedo salir como no sea para irme de Madrid con alguna seguridad, a algún sitio desde donde pueda embarcarme. Todo va mal. Narváez reconoce que soy un buen poeta, «al que hay que ahorcar». Y no creas que esa bestia apocalíptica se contenta con las frases. ¿Sabes cuál es mi delito? Haber aparecido mi nombre en los papeles que llevaban en los bolsillos cinco revolucionarios, a uno de los cuales (un chico de veintitrés años) han fusilado anteayer. Y menos mal que lo han matado de pie y no con el cepo en el cuello, que es el sistema que prefiere N., lo que revela que es un hombre de sensibilidad, aunque la sensibilidad le sirva para distinguir lo más vil y preferirlo.
 Conviene que a partir del día 27 vaya a Murcia con un caballo el viejo R. todos los días y que espere a la hora que sabe en el sitio de otras veces. Tengo ganas de pasar unos días solo (tú no eres nadie, en este caso, Milagros) para pensar y concentrarme. Estoy consumido por las dudas y la desorientación. Últimamente ha habido traiciones y en cada una de ellas se le llevan a uno un poco de fuerza. Pero ahí la recobraré toda. Quiero estar solo. ¡Solo! Necesito estar completamente solo para señalar el rumbo definitivo de mi vida. Sé que podré conseguirlo en Lorca, durmiendo en las sábanas que huelen a membrillo y comiendo en los manteles que huelen al cuidado de tus manos —a manzanas reinetas—; pero, sobre todo, paseando y leyendo en el cuarto de arriba, el de la ventana que da a la huerta.
 Espérame sobre el día 8 del próximo lo más tarde.¡ Qué versos me cantan ahora en el corazón! Versos de soledad y alejamiento. Lejos, lejos, lejos...
 Tu Froilán.”
 Mister Witt —mister Güí más bien— calculó mentalmente: “Ella tenía entonces quince años y él veintiocho” y luego dijo casi en voz alta: “No es la carta de un amante.” Para añadir poco después, comenzando ya otra: “Es la carta de un loco semiconsciente que pide soledad y ausencia.” Lo veía desmelenado, frenético sin motivo, con sus grandes ojos pasmados, que sólo se debían iluminar para la blasfemia o para la frase de amor. La carta siguiente estaba fechada en Valencia:
 “Milagritos: ¿Qué dices? ¿Tú sabes que nada tiene valor en el mundo si no está sazonado por la verdad y la justicia? En Lorca debéis atender a todos los nuestros, darles pan, dinero, lo que tengáis. La tía que se calle o que refunfuñe. A veces la odio y si sigue así me pondrá en el caso de no responder de mí. No os quemarán la casa. Los absolutistas no irán, y si van ya me enteraré yo. Hasta donde llegan las razones, se razona. Allí donde no llegan palabras llega el plomo, y al coronel ese a quien tanto miedo tiene tu tía (¡qué egoísmo!, veo que sería capaz de llevarte a ti a su alcoba a cuenta de que la dejara en paz con su maíz y sus onzas), a ése le cantaremos la palinodia antes de poco.
 Yo, bien. No me falta lo preciso. Ya sabes lo que te dije el año pasado, cuando estuve ahí. He encontrado el camino y nadie me separará de él. Es duro y áspero, pero lleno de satisfacciones interiores. Sin embargo, me río cuando recuerdo que tú querías venir, aunque fuera vestida de hombre. A mi no me parece mal. Hay por aquí personas “vestidas de hombre” que merecen las faldas mejor que tú. Pero tu puesto está ahí. Consérvate bonita para ser el premio de un héroe de los nuestros. Tuyo Froilán.”
 Y después una posdata:
“A ver si es posible que esté yo tranquilo pensando que los compañeros que pasan por ahí encuentran lo necesario. Díselo a la tía de mi parte, y al coronel que lo mande a la m...”
 La carta llevaba fecha de año y medio después. Mister Güí se dijo:
 “Milagritos trataba de inquietarle con el peligro del coronel, que sin duda le hacía la corte o le había demostrado su afición de alguna manera. Pero Carvajal no se daba cuenta”.
La carta siguiente, con fecha de dos años después, decía algo revelador:
Mister Witt en el Cantón . (CLASICOS CASTALIA. C/C.): Amazon.es ... “Me parece muy mal lo que me dices. Eso de consagrarse por vida a una causa está bien en nosotros. Vosotras debéis consagraros a un hombre ennoblecido por la causa que sirve. ¿Comprendes la diferencia? Pero eso pocos hombres lo alcanzan y menos aún lo merecen. Mira a tu alrededor, Milagritos, y ve calculando y tanteando sin dejarte cegar. Las pasiones nos arrebatan, nos arrancan de nuestro ser y nos llevan a la muerte. La cuestión está en ir más a gusto que nadie. Acuérdate de aquella tarde junto al balcón, cuando lloraste tanto. Tú has encontrado ya tu camino —me decías—. ¿Por qué no me lo encuentras a mí? Ese camino se lo encuentra cada cual, Milagritos. Llévame —me pedías—. ¿Adónde? ¿Sé yo mismo adonde voy? Sólo sé que veo a mi alrededor el hambre, la enfermedad, el dolor, la injusticia, el crimen. Y que huyo de todo eso por el único camino que hay para el hombre que pisa la tierra con dignidad. El camino de la lucha a muerte contra los que hacen posible que todas esas miserias se perpetúen. Hay otra manera de huir de todo eso, cerrando los ojos y rodeándose de muros con tapices, de holandas y finos vidrios. Esa no es la mía ni es la que tú querrías para mí, ¿verdad? No hay paz en la tierra ni la habrá ya nunca. El que se encierra entre tapices y cree que a nadie combate y de nadie debe temer está equivocado. Debe temerlos a todos. No seré yo de esos perros de cabaña que guardan el aprisco y comen el mendrugo en paz. Son los traidores de los lobos y los esclavos de los amos. Ni traidor ni esclavo, Milagritos. Prefiero el papel del lobo. Como el lobo vivo y, si es preciso, como el lobo —dando la cara— moriré. En los días que estuve en tu casa lo pensé todo. La tarde aquella, junto al balcón —ya ves cómo la recuerdo, cómo destila dulces acentos sobre mi alma— tuve que cerrar los ojos y apretar los dientes muchas veces para no verte, para no oírte. Quizá desde entonces hayas vuelto a llorar allí mismo y a la misma hora. Me duele, pero al mismo tiempo me conforta, me abre resquicios azules en el cielo cerrado bajo el que vivo con los míos. Yo te quiero bien, Milagritos. Creo que el mejor cariño es éste que nos permite abrir de par en par nuestra conciencia, sin cuidados, sin recelos. A mí me gusta poder decírtelo todo. Y por eso te digo que me gusta que llores alguna vez acordándote de aquella tarde.”
 Mister Güí no siguió. Miró la fecha. Era tres años antes de casarse con él. “No hay duda —se decía no muy sagazmente—. Milagritos tuvo alguna inclinación por Froilán antes de casarse conmigo.” Siguió leyendo con avidez. Lo demás era una serie de indicaciones geográficas y cronológicas, al final de las cuales apuntaba Froilán la posibilidad de volver a recalar en Lorca. Mister Güí observó manchas de tinta corrida por las lágrimas; bajo aquellas manchas el papel aparecía abombado. Mister Güí estaba más tranquilo. Hubiera dado, sin embargo, toda la estimación social que tenía en Cartagena por una sola de las cartas de Milagritos. Pero las cartas de ella debieron perderse para siempre, como Froilán. Mister Güí siguió leyendo, más sereno y reposado (él a lo que tenía miedo era a encontrarse las cartas cínicas del placer, las cartas del vicio y de la burla).
 “Diles que mienten —decía otra carta contestando a correo seguido a Milagritos—. Mienten si te dicen eso. He tenido en mis manos a enemigos míos. A enemigos que no sé lo que harán conmigo mañana si me atrapan a mí. Para poder salirse del camino real y volver un día a ese mismo camino con la cabeza levantada hay que saber distinguir a los causantes del mal —los verdaderos culpables— de los que no hacen sino seguirles por miedo o por inconsciencia. Yo he tenido en mis manos a muchos de estos últimos. Y no he fusilado a uno sólo. Nada me importa lo que piensen los demás; pero no quiero que tú tengas un motivo de duda sobre la limpieza de mi corazón. Si cayeran en mis manos los que tú sabes, ni uno sólo de ellos salvaría la cabeza. Pero sus víctimas tienen bastante con serlo de ellos para que lo sean mías también. Ni con Prim, ni después, en lo de Valencia, me manché las manos. Somos implacables con el que nos ataca, dignos con el que nos vence y piadosos con el vencido. No creas nunca a la taifa de los que cuidan el prostíbulo de Isabel. Esta vez tendrán que bajar la cabeza.”
 Mister Güí se saltaba las frases donde hablaba de política o daba referencias de lugar y de tiempo en relación con sus correrías. Buscaba sólo las palabras del alma, aquellos párrafos donde bajaba el estilo hasta la media voz de la ternura. Buscaba en ellos no el espíritu de Froilán, ya perdido en la nada, sino el de Milagritos.
 Pero cada vez las cartas abundaban más en referencias políticas, en noticias. Quizá Milagritos había hecho desaparecer las otras, las cartas comprometedoras.
 “Estoy en las ruinas de un castillo, a día y medio de Alcoy. Espero una noche propicia para marchar allá donde hacen falta partidarios, porque van sobre la población fuerzas del Gobierno. Haremos alto en una aldea (no te doy nombres ni hacen falta) y a la noche siguiente entraremos en Alcoy. Saluda a Jorge y tú recibe un abrazo de Froilán.”
 Aquella alusión a Mister Witt y el abrazo le sobresaltaron. Era como si el mismo Froilán, sonriente y noble, entrara en el cuarto y le diera una palmada en la espalda.
 Miró la fecha: 1868. Las otras cuatro cartas siguientes carecían de interés. Mister Güí buscó en vano a través de la nerviosa escritura de Carvajal alguna expresión de ternura, algo que revelara la situación moral de Froilán respecto de su prima. No encontró nada. Milagritos estaba casada ya.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Castalia, 2001, en edición de José María Jover, pp. 128-132. ISBN: 978-84-70394-92-8.]

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