domingo, 10 de abril de 2022

Antropología teológica fundamental.- Alejandro Martínez Sierra (1924-2014)


Ha fallecido Alejandro Martínez Sierra
Segunda parte: El hombre

Capítulo VII: El hombre, imagen de Dios

 «Abordamos un tema central en la antropología teológica. Escribe Auer: “Por lo que respecta a la teología de hoy puede decirse en general que es necesario repensar la doctrina de la semejanza divina, porque es la verdad revelada más importante acerca del hombre. Con ese parecido a Dios no se expresa ninguna cualidad del hombre, lo que se afirma más bien es la determinación estructural decisiva del hombre. En esa afirmación revelada coinciden las ideas de creación y alianza junto con las enseñanzas teológicas sobre naturaleza y gracia, pecado y redención”.

1. Antiguo Testamento

 Gen 1,26. La singular creación del hombre del sacerdotal presenta al hombre como la única creatura creada a “su imagen y semejanza”. Muchas y variadas han sido las interpretaciones de este binomio en la historia de la exégesis. Todavía hoy no existe una coincidencia de todos los pareceres. Algunos han querido ver la imagen de Dios en la postura erecta del hombre, en su alma espiritual, en la intersubjetividad, que se manifiesta en la sexualidad, en el dominio sobre la creación, en la totalidad del ser humano.
 El contexto inmediato parece establecer una relación entre la imagen y semejanza y el dominio que el hombre ha de ejercer en toda la tierra. Era costumbre en oriente que el soberano de una gran nación mandase erigir estatuas suyas por las distintas provincias del imperio como signo de su presencia y soberanía sobre todos los habitantes del país. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, recibe el encargo de dominar la tierra entera. Es el lugarteniente de Dios y el colaborador a la obra de la creación: creced, multiplicaos, dominad la tierra y sometedla.
 La expresión a imagen y semejanza de Dios indica una clara distinción entre el hombre y Dios y al mismo tiempo una semejanza. El hombre no es Dios. Una cosa es la imagen y otra aquello de lo que es imagen. Por otra parte, el hombre tiene un parecido a Dios que ninguna de las demás creaturas posee. Al afirmar que el hombre es imagen de Dios se afirma a la vez la trascendencia y la inmanencia de Dios en la existencia humana.
 Comenta Juan Pablo II la narración del yavista a propósito del tema del hombre como imagen de Dios: “El relato del capítulo segundo, en cambio, no habla de la ‘imagen de Dios’; pero revela, según su propio modo, que la completa y definitiva creación del ‘hombre’ (sometido en un primer momento a la experiencia de la soledad originaria) se expresa en el dar vida a esa communio personarum que el varón y la mujer forman. De este modo, el relato yavista armoniza con el contenido del primer relato. Si, viceversa, queremos sacar también del relato del texto yavista el concepto de ‘imagen de Dios’, podemos entonces deducir que el hombre ha llegado a ser ‘imagen y semejanza’ de Dios no solamente a través de la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas, que el hombre y la mujer forman desde el inicio. La función de la imagen es la de reflejar a quien es el modelo, la de reproducir el propio prototipo. El hombre llega a ser imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el momento de la comunión. Él, en efecto, es desde el ‘principio’ no solamente imagen en la cual se refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino también, y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de Personas”.
Eclo 17,1-12. El autor del Eclesiástico ve en el hombre, creado de la tierra a imagen de Dios, al lugarteniente que tiene dominio sobre todas las cosas, concedido por su Creador, dotado de consejo y lengua, ojos y oídos y un corazón para pensar, con una inteligencia que puede conocer el bien y el mal. Se han unido en este comentario al Génesis la dimensión histórica y la ontológica de la imagen, es decir, el hacer del hombre en la creación y las cualidades esenciales del hombre, que como persona le hacen reflejo del ser personal de Dios.
 Sab 2,23. También el autor de la Sabiduría recoge el tema del hombre creado a imagen de Dios, que está en el destino que tiene a la inmortalidad. Fue creado para la inmortalidad y por eso Dios le hizo a su imagen.

 2. Nuevo Testamento

  1 Cor 11,7; Sant 3,9. Se refieren al hombre en cuanto imagen de Dios en el orden natural. El NT insiste más en la afirmación de la imagen sobrenatural por la incorporación del hombre a Cristo. Pablo es quien más abunda en este tema.
 Col 1,15; 2 Cor 4,4; Heb 1,3 presentan a Cristo como la imagen perfecta de Dios. Él es la auténtica, la verdadera imagen en una unidad perfecta de naturaleza con el Padre. El destino del cristiano es reproducir esa imagen de Dios (Rom 8,29). El pecado la había deteriorado y Cristo la restituye con nuevo esplendor. En él volvemos a encontrar el verdadero rostro de Dios. Contemplando a Cristo y siguiendo su ejemplo el hombre puede llegar a la meta de su vida: ser imagen del Hijo. Para ello hay que despojarse del hombre viejo y seguir a Cristo con fidelidad (2 Cor 3,18; 4,4-6; Col 3,9; Ef 4,23).
 La imagen de Dios no se recibe en el hombre de una vez para siempre, de suerte que permanezca perfecta e intocable, ni en la primera, ni en la segunda creación por el bautismo. Esta imagen puede ser perfeccionada de día en día. El último retoque lo recibirá en la parusía. Al cristiano le urge su fe en Cristo a bruñir cada día el espejo de su alma para que el resplandor de la gloria de Dios se refleje en él con la mayor perfección posible.
 A la luz del NT la expresión del Génesis adquiere un significado más profundo. El hombre ha sido creado a imagen de Dios. Ahora bien, Cristo hace visible la imagen del Padre, porque Él es su imagen más perfecta. Por esta razón se puede decir que Cristo explica el sentido profundo de la afirmación genesíaca. Desde el NT se puede afirmar que el hombre ha sido creado a imagen de Cristo. Pero al mismo tiempo también desde la teología paulina se puede añadir que el ser imagen de Dios no es sólo la cualidad más importante del ser humano, sino que al mismo tiempo es una tarea. Porque hemos sido destinados a reproducir la imagen de Cristo (cf. Rom 8,29). En este sentido Cristo aclara al hombre su propia dignidad y se convierte en camino para todo hombre que quiera lograr su propio destino (GS 22).

 3. Padres

 El tema de la imagen ha sido muy frecuente en la reflexión teológica de los Padres sobre todo al comentar Gen 1,26. En esta época la reflexión teológica sobre este tema está muy influenciada por la filosofía de Platón y el filósofo judío Filón, que bebe también en la fuente platoniana.
 Para Platón las ideas son modelos divinos, cuya realización o copia son las cosas materiales. El alma humana pertenece al mundo de las ideas. Con la reflexión filosófica el hombre adquiere la conciencia de su origen divino y actúa luego consecuentemente, es decir, inspirándose en el mundo de las ideas, y así recupera su semejanza con Dios y su propia felicidad.
 Para Filón la imagen de Dios está en el alma, no en el cuerpo. El alma es imagen del Logos en su invisibilidad, incomprensibilidad y la familiaridad con el mundo. La semejanza impresa en el alma con la creación no se perdió con el pecado. Solamente cesó la familiaridad con el mundo. Señal de esa permanencia de la imagen es el dominio
del hombre sobre el mundo.
  Clemente Alejandrino distingue tres clases de imágenes de Dios: el Verbo, el cristiano y el hombre. El hombre es imagen en cuanto obra el bien y ejercita el dominio sobre las cosas. El cristiano es imagen más perfecta en el conocimiento y en el amor.
  Orígenes. El hombre es su alma, dotada de libertad, porque sólo ella puede ser imagen de Dios. Distingue entre las dos creaciones. Gen 1,26 se refiere a la creación del hombre ideal, creado a imagen y semejanza de Dios. En Gen 2,7 se narra la creación del hombre caído. “Nuestra principal sustancia nos ha sido dada en cuanto somos creados a imagen del Creador; no aquella que nos viene de la caída por el cuerpo que hemos recibido, plasmado del fango de la Tierra”. La imagen se le ha dado al hombre por la creación, la semejanza ha de conseguirla por la imitación de Dios. Dentro del alma es la mente (nous) donde se realiza la imagen de Dios. Se pregunta quién es la imagen a cuya semejanza ha sido creado el hombre y se responde: Nuestro Salvador. Por eso en la imitación de Cristo está el camino para llegar a la perfección de la imagen.
El Blog de Marcelo: ANTROPOLOGÍA TEOLÓGICA FUNDAMENTAL  Ireneo escribe: “Porque Él hizo al hombre a imagen de Dios. Y la imagen de Dios es el Hijo; a la imagen del cual ha sido hecho el hombre. He ahí por qué en los últimos tiempos se manifestó para dar a entender que la imagen era semejante a sí”. Comenta el P. Orbe: “Imagen de Dios es el Hijo. A imagen de Dios, el hombre. Luego el hombre, imagen del Hijo, será imagen de la imagen de Dios”. Frente a los gnósticos, que desprecian la materia, Ireneo pone la imagen de Dios también en el cuerpo. Todo el hombre es imagen de Dios. Cristo es la imagen perfecta del hombre. El modelo es la carne gloriosa de Cristo. La imagen se le da al hombre por la creación, la semejanza ha de adquirirla por una asimilación progresiva.
  Gregorio Niseno cree como verdad revelada que el hombre es imagen de Dios. Ahora bien, imagen quiere decir semejanza o reproducción fiel. Como Dios es el sumo bien, el hombre en cuanto imagen está también lleno de todo bien, por eso en nosotros se encuentra toda expresión de lo que es honesto. Distingue los dos relatos de la creación. En el primero aparece la imagen ideal del hombre y en el segundo la imagen histórica. Los rasgos que nos asemejan a Dios, según la imagen ideal, están más en el alma que en el cuerpo: espiritualidad, libertad, incorruptibilidad, conocimiento, dominio sobre el mundo como signo de su dignidad superior; la mano libre para coger las cosas y expresar el pensamiento; los órganos de la palabra; los sentidos; la cara reflejo del espíritu. En la imagen histórica entra la sexualidad que asemeja al hombre a los animales. La vida del hombre está en tensión entre estas dos direcciones. De su libertad depende ofuscar esa imagen o hacerla resplandeciente con la ayuda de la gracia.
  Agustín ve en todas las cosas semejanzas de Dios por su metafísica de la participación y ejemplaridad, según la cual todo está hecho conforme a un modelo supremo, que es Dios. Pero no todas las cosas son imágenes. Las creaturas son vestigios de Dios, el hombre imagen. El constitutivo esencial de esa imagen es el alma y más en concreto la mente. Distingue dos aspectos en la mente: inferior, es decir, la mente que se dirige a las cosas de este mundo y guía al hombre en las decisiones prácticas; y la superior, que se dirige a Dios. La imagen está en esta segunda, porque ella sola es incorruptible, conoce a Dios, lo invoca, lo ama, está en comunicación con Él. Esta imagen de Dios quedó deformada por el pecado, pero Dios hizo posible su restauración por medio de Cristo.
  Este breve muestrario a través de los Padres nos muestra la importancia y el contenido antropológico que, en la teología de los primeros siglos, se encerraba en la consideración del hombre como imagen de Dios. Era sobre todo el comentario al Génesis la ocasión más propicia para abordarlo. Los caminos señalados por la teología patrística fueron recorridos por los teólogos posteriores. Por la brevedad inherente a nuestro texto tenemos que poner aquí punto final. Únicamente recogemos la doctrina del Vaticano, porque en ella salta a la vista la permanencia de la doctrina patrística en nuestros días.
 El Concilio Vaticano II, sin tratar directamente el tema, se ha hecho eco de él, sobre todo en la constitución Gaudium et spes. El hombre es imagen de Dios, en cuanto capaz de conocer y amar a Dios, y en su señorío sobre el mundo. A él le compete por ser imagen construir el mundo en colaboración con el Creador. En esta característica fundamental del hombre está el fundamento de la dignidad humana sin distinción de razas y pueblos. Todo hombre, por ser imagen de Dios, es objeto de derechos y deberes, que han de ser tenidos en cuenta por todos sus semejantes. El hombre aparece así a sus semejantes como algo sagrado. Esta imagen ha sido afectada por el pecado. Ha quedado disminuida. Cristo, imagen perfecta del Padre y del hombre, ha restaurado lo que había borrado o debilitado el pecado.

 4. Reflexión final

 La condición humana de ser imagen de Dios es considerada en la teología actual como el centro de toda la antropología cristiana. A partir de ella pueden estructurarse todas las verdades que la teología afirma acerca del hombre tanto en su relación a Dios, dimensión vertical del hombre, como en su relación a sus semejantes y al mundo, dimensión horizontal del hombre. La perfección de la imagen en el seguimiento de Cristo descubre la dimensión histórica del hombre, en la que cada uno ha de realizar la gran tarea de su vida.
 Ser imagen de Dios es en el hombre, más que una cualidad, la determinación estructural. Todo hombre en cuanto persona es imagen de Dios. Hay una referencia desde lo más profundo de su ser a Dios como fundamento y figura de su existencia. Abierto al mundo y en él al Absoluto, hay una predisposición radical en el hombre a entablar un diálogo con ese Absoluto, que se le muestra en la misma creación. Su capacidad de respuesta a esa palabra de Dios en la creación le pone frente a Dios como un «tú», a quien Dios en su bondad quiere comunicarse y hacerle feliz.
 La semejanza del hombre con Dios apunta, desde un primer momento, a esa plenitud de vida y de imagen que se le comunica por la gracia de Cristo. El Verbo es el que está delante del Padre y por eso es la imagen perfecta, al darle la respuesta completa, en el reflejo total de la esencia divina en su propio ser. Como hombre se declara el obediente, que mira al Padre y cumple en todo su voluntad (Jn 4,34).
 Por eso Cristo descubre la grandeza del hombre y es el camino para llegar a ella. En su conocimiento y seguimiento se logra que el reflejo de Dios sea lo más perfecto posible en cada uno de los hombres.»

   [El texto pertenece a la edición en español de Biblioteca de Autores Cristianos, 2002, pp. 99-105. ISBN: 84-7914-529-3.]

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