Segunda parte: El hombre
Capítulo VII: El hombre, imagen de Dios
«Abordamos un tema
central en la antropología teológica. Escribe Auer: “Por lo que respecta a la teología de hoy puede decirse en general que es necesario repensar la doctrina
de la semejanza divina, porque es la verdad revelada más importante acerca del
hombre. Con ese parecido a Dios no se expresa ninguna cualidad del hombre, lo que
se afirma más bien es la determinación estructural decisiva del hombre. En esa
afirmación revelada coinciden las ideas de creación y alianza junto con las
enseñanzas teológicas sobre naturaleza y gracia, pecado y redención”.
1. Antiguo Testamento
— Gen 1,26. La
singular creación del hombre del sacerdotal presenta al hombre como la única
creatura creada a “su imagen y semejanza”. Muchas y variadas han sido las
interpretaciones de este binomio en la historia de la exégesis. Todavía hoy no
existe una coincidencia de todos los pareceres. Algunos han querido ver la
imagen de Dios en la postura erecta del hombre, en su alma espiritual, en la
intersubjetividad, que se manifiesta en la sexualidad, en el dominio sobre la
creación, en la totalidad del ser humano.
El contexto
inmediato parece establecer una relación entre la imagen y semejanza y el
dominio que el hombre ha de ejercer en toda la tierra. Era costumbre en oriente
que el soberano de una gran nación mandase erigir estatuas suyas por las
distintas provincias del imperio como signo de su presencia y soberanía sobre
todos los habitantes del país. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, recibe
el encargo de dominar la tierra entera. Es el lugarteniente de Dios y el
colaborador a la obra de la creación: creced, multiplicaos, dominad la tierra y
sometedla.
La expresión a
imagen y semejanza de Dios indica una clara distinción entre el hombre y Dios y
al mismo tiempo una semejanza. El hombre no es Dios. Una cosa es la imagen y
otra aquello de lo que es imagen. Por otra parte, el hombre tiene un parecido a
Dios que ninguna de las demás creaturas posee. Al afirmar que el hombre es
imagen de Dios se afirma a la vez la trascendencia y la inmanencia de Dios en
la existencia humana.
Comenta Juan Pablo
II la narración del yavista a propósito del tema del hombre como imagen de
Dios: “El relato del capítulo segundo, en cambio, no habla de la ‘imagen de
Dios’; pero revela, según su propio modo, que la completa y definitiva creación
del ‘hombre’ (sometido en un primer momento a la experiencia de la soledad originaria)
se expresa en el dar vida a esa communio personarum que el varón y la
mujer forman. De este modo, el relato yavista armoniza con el contenido del
primer relato. Si, viceversa, queremos sacar también del relato del texto
yavista el concepto de ‘imagen de Dios’, podemos entonces deducir que el
hombre ha llegado a ser ‘imagen y semejanza’ de Dios no solamente a través de
la propia humanidad, sino también a través de la comunión de las personas, que
el hombre y la mujer forman desde el inicio. La función de la imagen es la de
reflejar a quien es el modelo, la de reproducir el propio prototipo. El hombre
llega a ser imagen de Dios no tanto en el momento de la soledad cuanto en el
momento de la comunión. Él, en efecto, es desde el ‘principio’ no solamente
imagen en la cual se refleja la soledad de una Persona que rige el mundo, sino
también, y esencialmente, imagen de una inescrutable comunión divina de
Personas”.
Eclo 17,1-12. El autor del Eclesiástico ve en el
hombre, creado de la tierra a imagen de Dios, al lugarteniente que tiene
dominio sobre todas las cosas, concedido por su Creador, dotado de consejo y lengua,
ojos y oídos y un corazón para pensar, con una inteligencia que puede conocer
el bien y el mal. Se han unido en este comentario al Génesis la dimensión
histórica y la ontológica de la imagen, es decir, el hacer del hombre en la
creación y las cualidades esenciales del hombre, que como persona le hacen
reflejo del ser personal de Dios.
— Sab 2,23. También
el autor de la Sabiduría recoge el tema del hombre creado a imagen de Dios, que
está en el destino que tiene a la inmortalidad. Fue creado para la inmortalidad
y por eso Dios le hizo a su imagen.
2. Nuevo
Testamento
— 1 Cor 11,7;
Sant 3,9. Se refieren al hombre en cuanto imagen de Dios en el orden
natural. El NT insiste más en la afirmación de la imagen sobrenatural por la
incorporación del hombre a Cristo. Pablo es quien más abunda en este tema.
— Col 1,15; 2
Cor 4,4; Heb 1,3 presentan a Cristo como la imagen perfecta de Dios. Él es
la auténtica, la verdadera imagen en una unidad perfecta de naturaleza con el
Padre. El destino del cristiano es reproducir esa imagen de Dios (Rom 8,29). El
pecado la había deteriorado y Cristo la restituye con nuevo esplendor. En él
volvemos a encontrar el verdadero rostro de Dios. Contemplando a Cristo y
siguiendo su ejemplo el hombre puede llegar a la meta de su vida: ser imagen
del Hijo. Para ello hay que despojarse del hombre viejo y seguir a Cristo con
fidelidad (2 Cor 3,18; 4,4-6; Col 3,9; Ef 4,23).
La imagen de Dios
no se recibe en el hombre de una vez para siempre, de suerte que permanezca
perfecta e intocable, ni en la primera, ni en la segunda creación por el
bautismo. Esta imagen puede ser perfeccionada de día en día. El último retoque
lo recibirá en la parusía. Al cristiano le urge su fe en Cristo a bruñir cada
día el espejo de su alma para que el resplandor de la gloria de Dios se refleje
en él con la mayor perfección posible.
A la luz del NT la
expresión del Génesis adquiere un significado más profundo. El hombre ha sido
creado a imagen de Dios. Ahora bien, Cristo hace visible la imagen del Padre,
porque Él es su imagen más perfecta. Por esta razón se puede decir que Cristo
explica el sentido profundo de la afirmación genesíaca. Desde el NT se puede
afirmar que el hombre ha sido creado a imagen de Cristo. Pero al mismo tiempo
también desde la teología paulina se puede añadir que el ser imagen de Dios no
es sólo la cualidad más importante del ser humano, sino que al mismo tiempo es
una tarea. Porque hemos sido destinados a reproducir la imagen de Cristo (cf.
Rom 8,29). En este sentido Cristo aclara al hombre su propia dignidad y se
convierte en camino para todo hombre que quiera lograr su propio destino (GS
22).
3. Padres
El tema de la
imagen ha sido muy frecuente en la reflexión teológica de los Padres sobre todo
al comentar Gen 1,26. En esta época la reflexión teológica sobre este tema está
muy influenciada por la filosofía de Platón y el filósofo judío Filón, que bebe
también en la fuente platoniana.
Para Platón las
ideas son modelos divinos, cuya realización o copia son las cosas materiales.
El alma humana pertenece al mundo de las ideas. Con la reflexión filosófica el
hombre adquiere la conciencia de su origen divino y actúa luego consecuentemente,
es decir, inspirándose en el mundo de las ideas, y así recupera su semejanza con
Dios y su propia felicidad.
Para Filón la
imagen de Dios está en el alma, no en el cuerpo. El alma es imagen del Logos en
su invisibilidad, incomprensibilidad y la familiaridad con el mundo. La
semejanza impresa en el alma con la creación no se perdió con el pecado.
Solamente cesó la familiaridad con el mundo. Señal de esa permanencia de la
imagen es el dominio
del hombre sobre el mundo.
— Clemente
Alejandrino distingue tres clases de imágenes de Dios: el Verbo, el
cristiano y el hombre. El hombre es imagen en cuanto obra el bien y ejercita el
dominio sobre las cosas. El cristiano es imagen más perfecta en el conocimiento
y en el amor.
— Orígenes. El
hombre es su alma, dotada de libertad, porque sólo ella puede ser imagen de
Dios. Distingue entre las dos creaciones. Gen 1,26 se refiere a la creación del
hombre ideal, creado a imagen y semejanza de Dios. En Gen 2,7 se narra la
creación del hombre caído. “Nuestra principal sustancia nos ha sido dada en
cuanto somos creados a imagen del Creador; no aquella que nos viene de la caída
por el cuerpo que hemos recibido, plasmado del fango de la Tierra”. La imagen
se le ha dado al hombre por la creación, la semejanza ha de conseguirla por la
imitación de Dios. Dentro del alma es la mente (nous) donde se realiza
la imagen de Dios. Se pregunta quién es la imagen a cuya semejanza ha sido
creado el hombre y se responde: Nuestro Salvador. Por eso en la imitación de
Cristo está el camino para llegar a la perfección de la imagen.
— Ireneo escribe:
“Porque Él hizo al hombre a imagen de Dios. Y la imagen de Dios es el Hijo; a
la imagen del cual ha sido hecho el hombre. He ahí por qué en los últimos
tiempos se manifestó para dar a entender que la imagen era semejante a sí”.
Comenta el P. Orbe: “Imagen de Dios es el Hijo. A imagen de Dios, el hombre.
Luego el hombre, imagen del Hijo, será imagen de la imagen de Dios”. Frente a
los gnósticos, que desprecian la materia, Ireneo pone la imagen de Dios también
en el cuerpo. Todo el hombre es imagen de Dios. Cristo es la imagen perfecta
del hombre. El modelo es la carne gloriosa de Cristo. La imagen se le da al
hombre por la creación, la semejanza ha de adquirirla por una asimilación progresiva.
— Gregorio
Niseno cree como verdad revelada que el hombre es imagen de Dios. Ahora
bien, imagen quiere decir semejanza o reproducción fiel. Como Dios es el sumo
bien, el hombre en cuanto imagen está también lleno de todo bien, por eso en
nosotros se encuentra toda expresión de lo que es honesto. Distingue los dos
relatos de la creación. En el primero aparece la imagen ideal del hombre y en
el segundo la imagen histórica. Los rasgos que nos asemejan a Dios, según la
imagen ideal, están más en el alma que en el cuerpo: espiritualidad, libertad,
incorruptibilidad, conocimiento, dominio sobre el mundo como signo de su
dignidad superior; la mano libre para coger las cosas y expresar el
pensamiento; los órganos de la palabra; los sentidos; la cara reflejo del
espíritu. En la imagen histórica entra la sexualidad que asemeja al hombre a
los animales. La vida del hombre está en tensión entre estas dos direcciones.
De su libertad depende ofuscar esa imagen o hacerla resplandeciente con la
ayuda de la gracia.
— Agustín ve
en todas las cosas semejanzas de Dios por su metafísica de la participación y
ejemplaridad, según la cual todo está hecho conforme a un modelo supremo, que
es Dios. Pero no todas las cosas son imágenes. Las creaturas son vestigios de
Dios, el hombre imagen. El constitutivo esencial de esa imagen es el alma y más
en concreto la mente. Distingue dos aspectos en la mente: inferior, es decir,
la mente que se dirige a las cosas de este mundo y guía al hombre en las
decisiones prácticas; y la superior, que se dirige a Dios. La imagen está en
esta segunda, porque ella sola es incorruptible, conoce a Dios, lo invoca, lo
ama, está en comunicación con Él. Esta imagen de Dios quedó deformada por el
pecado, pero Dios hizo posible su restauración por medio de Cristo.
Este breve
muestrario a través de los Padres nos muestra la importancia y el contenido
antropológico que, en la teología de los primeros siglos, se encerraba en la
consideración del hombre como imagen de Dios. Era sobre todo el comentario al
Génesis la ocasión más propicia para abordarlo. Los caminos señalados por la
teología patrística fueron recorridos por los teólogos posteriores. Por la brevedad
inherente a nuestro texto tenemos que poner aquí punto final. Únicamente
recogemos la doctrina del Vaticano, porque en ella salta a la vista la
permanencia de la doctrina patrística en nuestros días.
El Concilio
Vaticano II, sin tratar directamente el tema, se ha hecho eco de él, sobre todo
en la constitución Gaudium et spes. El hombre es imagen de Dios, en
cuanto capaz de conocer y amar a Dios, y en su señorío sobre el mundo. A él le
compete por ser imagen construir el mundo en colaboración con el Creador. En
esta característica fundamental del hombre está el fundamento de la dignidad
humana sin distinción de razas y pueblos. Todo hombre, por ser imagen de Dios,
es objeto de derechos y deberes, que han de ser tenidos en cuenta por todos sus
semejantes. El hombre aparece así a sus semejantes como algo sagrado. Esta
imagen ha sido afectada por el pecado. Ha quedado disminuida. Cristo, imagen
perfecta del Padre y del hombre, ha restaurado lo que había borrado o
debilitado el pecado.
4. Reflexión
final
La condición humana
de ser imagen de Dios es considerada en la teología actual como el centro de
toda la antropología cristiana. A partir de ella pueden estructurarse todas las
verdades que la teología afirma acerca del hombre tanto en su relación a Dios,
dimensión vertical del hombre, como en su relación a sus semejantes y al mundo,
dimensión horizontal del hombre. La perfección de la imagen en el seguimiento
de Cristo descubre la dimensión histórica del hombre, en la que cada uno ha de
realizar la gran tarea de su vida.
Ser imagen de Dios
es en el hombre, más que una cualidad, la determinación estructural. Todo
hombre en cuanto persona es imagen de Dios. Hay una referencia desde lo más
profundo de su ser a Dios como fundamento y figura de su existencia. Abierto al
mundo y en él al Absoluto, hay una predisposición radical en el hombre a
entablar un diálogo con ese Absoluto, que se le muestra en la misma creación. Su
capacidad de respuesta a esa palabra de Dios en la creación le pone frente a
Dios como un «tú», a quien Dios en su bondad quiere comunicarse y hacerle
feliz.
La semejanza del
hombre con Dios apunta, desde un primer momento, a esa plenitud de vida y de
imagen que se le comunica por la gracia de Cristo. El Verbo es el que está
delante del Padre y por eso es la imagen perfecta, al darle la respuesta
completa, en el reflejo total de la esencia divina en su propio ser. Como
hombre se declara el obediente, que mira al Padre y cumple en todo su voluntad (Jn
4,34).
Por eso Cristo
descubre la grandeza del hombre y es el camino para llegar a ella. En su
conocimiento y seguimiento se logra que el reflejo de Dios sea lo más perfecto
posible en cada uno de los hombres.»
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