jueves, 3 de agosto de 2017

"La sexualidad de la mujer".- Marie Bonaparte (1882-1962)


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Primera parte: De la bisexualidad en la mujer
 Capítulo 4: De los factores perturbadores de la evolución femenina
 c) Del peligro vital y del peligro moral inherente a las funciones sexuales femeninas

«A menudo, las mujeres tienen miedo de la maternidad. Las causas de este fenómeno no son únicamente económicas, las mismas que pueden incitar al hombre a no engendrar. La mujer experimenta también el miedo ante el dolor y el miedo ante el peligro; ambos se oponen al deseo instintivo, por otra parte tan profundo, de la maternidad.
 Este miedo tiene sus raíces en la más lejana infancia de la niña. Parece evidente, entonces, que en la base de esta actitud se encuentra una percepción, o más exactamente aún, una aprehensión de hechos biológicos. Tal como Karen Horney ha señalado acertadamente, el coito de los adultos es interpretado por los niños que lo observan -hecho muy frecuente- según se identifiquen de forma predominante con el padre o con la madre. En tales casos, el niño, como resultado de la comparación de su excesivamente pequeño pene con el orificio interior de la madre, ve herido de modo narcisista su amor propio, y disminuido su valor; en cambio, la niña, al comparar su reducido orificio interior con el gran pene paterno, teme que el acto, tan deseado por otra parte, provoque en ella una herida vital. Se trata, pues, de un temor totalmente fundado, ya que la unión de un hombre adulto con una niña de corta edad, tanto si este coito fuese vaginal como anal, daría lugar a peligrosos desgarramientos.
Ciertamente, en la observación del coito de los adultos, el niño -varón o hembra- se identifica siempre, aunque en proporciones variables, con los dos adultos a la vez. En estos casos, el niño lleva a cabo una identificación psíquica bisexual, debida, precisamente, a su primitiva bisexualidad biológica. Posteriormente, el niño conservará el temor y el deseo de ser penetrado pasivamente por el pene paterno, y la niña ciertos restos de deseo fálico de "penetrar" activamente o, más exactamente, de empujar hacia adelante con su pequeño clítoris. Sólo podemos afirmar que, en los casos favorables -cuando la sexualización psíquica corresponde al sexo de las gónadas- la actitud masculina debe ser predominante en el niño y la femenina, en la niña, desde el principio.
 Sin embargo, y permítaseme insistir una vez más, parece imposible que, incluso la niña, perciba el orificio propio a la penetración del pene de un modo verdaderamente vaginal, es decir, con una neta representación de la membrana recto-vaginal. Este orificio es percibido, incluso después que los pequeños dedos lo han descubierto, de modo cloacal. Ciertamente, la niña posee para esta concepción de la "vagina-agujero" una base anatómica, de la que el niño, por su parte, carece; pero, al contrario de lo que ocurre con los demás agujeros o conductos que ya tienen para el niño una utilidad concreta -boca, orejas, nariz, ano- la vagina, por la que todavía no pasa nada, no puede ser concebida, en esta edad temprana, en su circunscrita y neta individualidad. Es probable, además, que el horror ante su propia castración, materializada por la huella-herida de la vulva, contribuya a impedir que la niña lleve a cabo una observación detallada de esas regiones.
 En cualquier caso, la posible penetración por el gran pene adulto de su orificio interior debe ser considerada, y con razón, por la niña, como un peligro, aun cuando al mismo tiempo la desee.
 Hay que añadir a este temor, el miedo -más específicamente femenino- a la maternidad.
 La idea de que los bebés crecen en el cuerpo, en el vientre de la madre, suele ser muy precoz en el niño, a pesar de las historias acerca de las coles* o de las cigüeñas, que le han sido contadas y que simula creer. Sin embargo, el niño está convencido de que el bebé germina, crece y nace en el aparato digestivo, tal como Freud ha observado desde hace ya mucho tiempo, concordando con el testimonio de infinidad de cuentos y de mitos en los que la reina concibe después de haber comido determinados alimentos -y en particular, una manzana. Es posible que esta visión se halle ya influida, desplazada, por la censura. Por mi parte, creo que el presimbolismo inicial, anterior al desplazamiento provocado por la censura, es utilizado por ésta de una forma secundaria, es decir, me inclino a pensar que el presimbolismo universal se halla en la base de estas teorías sexuales infantiles.
 No obstante, el bebé cloacal debe ser considerado por el niño que lo imagina -dada la desproporción existente entre aquél y el cuerpo de éste- como un peligro más amenazador aún que el pene. ¿Cómo es posible que un objeto tan voluminoso pase por el cuerpo sin desgarrarlo? Por otra parte, la niña ha oído decir que el parto es doloroso; ha visto a su madre, o a otras mujeres postradas en el lecho, heridas y enfermas, cada vez que han dado a luz: el lecho de dolor está cerca de la cuna. Más significativo es aún el caso de las niñas que han visto morir a su madre en un parto; para ellas, la muerte aparece como el precio de la maternidad.
 La aceptación de estos peligros vitales inherentes a la función femenina, la neutralización de la angustia que éstos provocan, exige que la mujer esté dotada de un cierto masoquismo erógeno; masoquismo, por otra parte, típicamente femenino.
 Sin embargo, la niña que aspira a identificarse, en los actos de amor, con la mujer adulta, con la madre, se ve amenazada también por otros peligros. Ocupar el lugar de la madre quiere decir agredirla y esta agresión implica, a su vez, una venganza por parte de la madre. Se trata del miedo edipiano ante la madre rival, miedo que es ya de esencia moral.»
 
 *En Francia, suele decirse que los niños nacen debajo de una col.

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