6.-El león cobarde
«No bien hubo pronunciado estas palabras se oyó en el bosque un terrible rugido y al momento un León de gran tamaño se plantó de un salto en medio del sendero. De un zarpazo mandó rodando al Espantapájaros al borde del camino y luego arañó al Leñador de Hojalata con sus afiladas garras. Pero, para sorpresa del León, el zarpazo no tuvo efecto alguno sobre la hojalata, aunque el leñador cayó al suelo y se quedó inmóvil.
El pequeño Toto, ahora que tenía un enemigo al que enfrentarse, corrió ladrando hacia el León. El enorme animal había abierto ya la boca para morder al perro cuando Dorothy , temiendo por la vida de Toto e inconsciente del peligro, se lanzó hacia adelante y abofeteó al León en la nariz tan fuerte como pudo, mientras gritaba:
-¡No te atrevas a morder a Toto! ¡Deberías sentirte avergonzado! ¡Un animal tan grande como tú mordiendo a un pobre perrito!
-No lo he mordido -dijo el León, frotándose con la zarpa la nariz donde Dorothy le había pegado.
-No, pero lo has intentado -contestó la niña-. Eres un grandísimo cobarde.
-Lo sé -dijo el León, bajando la cabeza avergonzado-. Siempre lo he sabido. ¿Pero cómo puedo evitarlo?
-¡Y yo qué sé! ¡Pensar que has golpeado a un hombre de paja, como el pobre Espantapájaros!
-¿Que es de paja? -preguntó sorprendido el León, viendo cómo Dorothy recogía al Espantapájaros y volvía a ponerlo de pie, dándole unas palmaditas para devolverle su forma.
-Claro que es de paja -replicó Dorothy, que aún seguía enfadada.
-Por eso se cayó con tanta facilidad -observó el León-. Me sorprendió verle rodar tanto. ¿El otro también es de paja?
-No -dijo Dorothy-, está hecho de hojalata. -Y ayudó al Leñador a ponerse nuevamente de pie.
-¡Ah! Por eso casi me despunta las uñas -dijo el León-. Cuando arañaron la hojalata sentí un escalofrío que me recorrió la espalda. ¿Qué es ese animalito por el que sientes tanto cariño?
-Es mi perro, Toto -respondió Dorothy.
-¿Está hecho de hojalata o de paja? -preguntó el León.
-Ni de una cosa ni de otra. Es un perro de... de carne y hueso -contestó la niña.
-¡Oh! Es un animal curioso y parece asombrosamente pequeño, ahora que lo veo. A nadie se le ocurriría morder a una cosa tan pequeña, salvo a un cobarde como yo -continuó tristemente el León.
-¿Qué te hace ser cobarde? -preguntó Dorothy mirando asombrada al enorme animal, que era tan grande como un caballo pequeño.
-Es un misterio -replicó el León-. Supongo que nací así. Naturalmente, todos los demás animales del bosque esperan que sea valiente, ya que en todas partes se considera al León el Rey de los Animales. Me di cuenta de que, si rugía muy fuerte, todas las criaturas se asustaban y se apartaban de mi camino. Cada vez que me encontraba con un hombre sentía un miedo terrible, pero bastaba con rugirle y él salía corriendo a toda velocidad. Si los elefantes y los tigres y los osos hubieran intentado enfrentarse conmigo, yo mismo habría salido corriendo. ¡Soy tan cobarde! Pero en cuanto me oyen rugir todos intentan alejarse de mí y yo, claro, les dejo que huyan.
-Pero eso no está bien. El Rey de los Animales no debería ser un cobarde -dijo el Espantapájaros.
-Lo sé -respondió el León, enjugándose una lágrima con el extremo de la zarpa-. Ése es mi gran dolor y hace que mi vida sea muy desgraciada. Pero en cuanto hay peligro mi corazón empieza a latir muy deprisa.
-Quizá estés enfermo del corazón -dijo el Leñador de Hojalata.
-Puede ser -dijo el León.
-Si es así -continuó el Leñador de Hojalata-, deberías sentirte contento, ya que eso demuestra que tienes corazón. Yo, por mi parte, no lo tengo, de modo que no puedo estar enfermo del corazón.
-Quizá -dijo el León pensativamente-, si no tuviera corazón no sería un cobarde.
-¿Tienes cerebro? -preguntó el Espantapájaros.
-Supongo que sí. Nunca me lo he visto -replicó el León.
-Yo voy a ver al Gran Oz para pedirle que me dé uno -declaró el Espantapájaros-, porque mi cabeza está rellena de paja.
-Y yo voy a pedirle que me dé un corazón -dijo el Leñador de Hojalata.
-Y yo voy a pedirle que nos envíe a Toto y a mí de vuelta a Kansas -añadió Dorothy.
-¿Creéis que Oz me daría valor? -preguntó el León Cobarde.
-Sería tan fácil como darme a mí un cerebro -dijo el Espantapájaros.
-O a mí un corazón -dijo el Leñador de Hojalata.
-O enviarme de vuelta a Kansas -dijo Dorothy.
-Entonces, si no os importa, iré con vosotros -dijo el León-, ya que mi vida es francamente insoportable sin un poco de valor.
-Serás bienvenido -contestó Dorothy-, y así ayudarás a mantener alejados a los otros animales salvajes. Yo creo que deben ser más cobardes que tú, si permiten que lo asustes con tanta facilidad.
-Pues sí lo son -dijo el León-, pero eso no me hace a mí más valiente y mientras sepa que soy un cobarde seré muy desgraciado.
Y así, una vez más, el pequeño grupo reanudó el viaje; el León caminaba majestuosamente al lado de Dorothy.»
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