miércoles, 30 de agosto de 2017

"Aventuras maravillosas pero auténticas del capitán Corcorán".- Alfred Assollant (1827-1886)


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Segunda parte
XIII: De la educación y de las maneras de Mr. William Doubleface

«Al día siguiente, hacia las ocho de la mañana, Quaterquem fue despertado por un ruido de tambores y trompetas. Todo el pueblo llenaba las calles y plazas de Bagavapur. Al mismo tiempo, en el gran patio del palacio, relinchaban de impaciencia los caballos árabes y turcos de Corcorán.
 Quaterquem interrogó a uno de sus servidores.
 -Señor -explicó el hindú-, es que el maharajá da una gran fiesta a su pueblo.
 -¿De qué fiesta me estás hablando?
 -Hoy es cuando vamos a ver ahorcar al inglés.
 -¡Pobre Doubleface! -dijo Quaterquem.
 Se vistió a toda prisa, para no perder nada del espectáculo que se preparaba. Corcorán lo esperaba ya y el desayuno estaba servido. Alicia y Sita se sentaron frente a los dos amigos.
 -¿No podrías, como un favor a nosotros, concederle el indulto y devolverlo a Calcuta? -dijo Alicia-. Es un compatriota, después de todo. Y vos, querida Sita, ¿no haréis nada por ese desgraciado que va a perecer?
 -Vishnú es testigo -dijo la dulce y encantadora hija de Holkar-, que tengo horror de ver derramar sangre; pero creería traicionar al propio Corcorán, si le pidiese la vida de este asesino.
 -En lo que a mí respecta -dijo Quaterquem-, querría ver colgados a todos los traidores de la creación, no me incomodo que se empiece por éste.
 -Por lo demás -añadió Corcorán, que había callado hasta ese momento-, le queda todavía una tabla de salvación. Que se agarre a ella si quiere. Que traicione a su gobierno después de haberme traicionado a mí; una traición más o menos, para un Doubleface, no es nada.
 Al mismo tiempo ordenó que hicieran venir al prisionero.
 Doubleface se presentó con aire altivo. Iba seguido de Baber. Los dos tenían hierros en pies y manos.
 -¿Sabéis lo que os espera? -preguntó Corcorán.
 -Lo sospecho -respondió el otro.
 -¿Sabéis a qué precio podéis salvar vuestra vida e incluso vuestra libertad?
 -Lo sé. Colgadme.
 -Estoy fastidiado -dijo Corcorán-, de que hayáis consentido ejercer semejante oficio, porque sois un valiente.
 -¡Pche! -dijo Doubleface-, se hace el oficio que se puede. Si hubiera nacido hijo de lord, sería general del ejército, gobernador de la India, de Gibraltar o de Canadá; diría en público cosas desprovistas de sentido y sería aplaudido como un político del más alto nivel; cazaría el zorro con todos los caballeros del condado; presidiría todos los banquetes, haría brindis por todas las damas. Pero la suerte no lo ha querido. Nadie ha conocido a mi padre. Mi madre me ha educado, Dios sabe cómo, en las calles de Londres. A los diez años, me embarcaron como paje de escoba en un navío que iba a buscar café y azúcar en la isla de Mauricio; he dado cinco o seis veces la vuelta al mundo, he aprendido siete u ocho lenguas salvajes y, al fin de cuentas, no sabiendo qué hacer para convertirme en un caballero, me convertí en jefe de policía de Calcuta. Lord Braddock me ofreció esta misión y yo la acepté. Sabía que corría el riesgo de ser ahorcado, he jugado la partida y la he perdido. Haced lo que os plazca. En cuanto a traicionar al que me empleó, ¡no!, hay que tener integridad en el oficio.
 -¡Bien! -dijo Corcorán-. Estoy decidido. Respecto a ti, amigo Baber, te voy a ofrecer, al igual que a este inglés, un medio para no ser ahorcado. A ti te toca aprovecharlo.
 Y, volviéndose hacia la escolta, dijo:
 -Que los conduzcan al circo de los elefantes.
 Esta orden fue rápidamente cumplida.
 Todo el mundo sabe que el circo de los elefantes de Bagavapur, tan célebre en todo el Indostán, ha sido construido por orden y según los planes del célebre poeta Valmiki, autor del Ramayana y distinguido arquitecto.
 Es una construcción de ladrillos, perfectamente lisa en el exterior, pero que encierra en el interior un amplio anfiteatro, bastante parecido al de los circos romanos. Los lugares más bajos y, al mismo tiempo, más buscados por el público, se hallan elevados dieciocho pies sobre la arena, que se halla separada por un segundo cerco de enormes pilares, tan próximos uno del otro, que ningún hombre, por muy delgado que sea, puede deslizarse entre sus intersticios.
 Allí era donde debía tener lugar, con gran alegría del pueblo de Bagavapur, el combate de Baber y de Doubleface. Al vencedor, según la decisión de Corcorán, se le perdonaría la vida.
 El sol, resplandeciendo en un cielo puro, iluminaba esta escena imponente. Todo el pueblo de Bagavapur, sentado en las gradas del anfiteatro, esperaba con curiosidad el comienzo de la fiesta prometida. Hombres y niños comían, bebían y reían, pensando en la mueca que el desgraciado inglés no podría dejar de hacer con el último suspiro.»

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