VI.-Revolución o
suicidio
«La colectivización de las granjas soviéticas
en la década de 1930 y el desarrollo agrícola de las colonias estadounidenses
constituyeron claros intentos verticalistas de imposición de estructuras para
beneficio de quienes detentaban el poder. Con el objetivo de amasar mayor poder
simbólico o económico, un grupo reducido en cada una de esas sociedades
implementó un sistema de orden autoritario que procuró imponer a diversos
grupos humanos.
Los individuos no participaron en esos
proyectos de manera voluntaria: para asegurarse de que trabajaran, tuvieron que
amenazarlos con castigos severos y vigilarlos en forma continuada.
Con frecuencia, la naturaleza se resiste a que
la administren. La “silvicultura científica”, por ejemplo, se inventó en
Alemania en el siglo XVIII con la intención de obtener control sobre los
rebeldes bosques naturales. Ciertos burócratas gubernamentales querían aumentar
el rendimiento de algunas especies, lo que no podían tener la certeza de lograr
con bosques de ejemplares centenarios. Además, necesitaban medir y cuantificar
con toda precisión el rendimiento del bosque.
El antropólogo James C. Scott describe el
surgimiento de la silvicultura científica en su influyente libro Seeing Like a
State. Los especialistas en silvicultura reemplazaron los complejos ecosistemas
de los bosques naturales con bosques “científicos” simplificados para maximizar
el rendimiento de ciertos tipos de madera. Plantaron los bosques como si se
tratara de una planilla de cálculo de Excel: hilera tras hilera de árboles del
mismo tipo prolijamente ordenados, es decir, un monocultivo. En la primera
generación, la técnica funcionó de maravillas: los rendimientos aumentaron, la
madera era fácil de cosechar y los burócratas pudieron contar los árboles con
eficiencia para elaborar predicciones para el futuro.
Como era inevitable, los bosques se rebelaron.
En una generación, el rendimiento de algunas especies decreció el treinta por
ciento. Los alemanes, perplejos, inventaron una palabra para describir lo
sucedido: Waldsterben (muerte del bosque), es decir, la alteración del ciclo de
nutrientes del suelo más allá del punto de reparación como resultado del
monocultivo. En los peores casos, la totalidad del bosque murió. El motivo por
el que la “silvicultura científica” se enfrentó con el fracaso radicó en la
total ignorancia del modo en que funcionan los bosques.
Los bosques, también, son sistemas
autoorganizados. Su salud se mantiene como resultado de la interacción,
compleja en extremo, entre diversos tipos de suelo, animales, insectos (como
hormigas), plantas, hongos, árboles y el clima. Al alterar este sistema,
exquisitamente equilibrado y armonioso, a través de la uniformidad y los
intentos de volverlo “productivo”, la silvicultura científica logró que el
ecosistema del bosque se derrumbara. ¿Estamos seguros de que los principios de
la “silvicultura científica” quedaron relegados a la pila de cenizas de la
historia? Pensemos en Apple. ¿Estamos seguros de que Apple, la empresa más
valiosa del mundo, el fabricante de los dispositivos digitales más geniales que
ha conocido la humanidad, evita los anticuados principios de la silvicultura
alemana?
El lector seguramente habrá oído hablar de las
pésimas condiciones en las que las fábricas chinas producen la casi totalidad
de nuestros equipos electrónicos. Su preocupación pasajera podría haberse
mitigado con los recientes anuncios de que las fábricas están procurando
mejorar las condiciones de trabajo de sus obreros. Foxconn, una empresa
taiwanesa radicada en China, fabrica los productos de Apple. Se enorgullece de
aplicar lo que se denominan técnicas de “administración científica” de sus
millones de trabajadores.
La justificación es siempre la misma: un grupo
pequeño de poderosos desea controlar sistemas que son intrínsecamente
incontrolables para lograr que esos sistemas lleven a cabo actividades que de
otro modo no realizarían. Tales soluciones a corto plazo siempre se reciben
como revelaciones. Y sin duda, producen resultados a corto plazo
espectaculares.
Pero ya sea que hablemos de bosques o seres
humanos, el hecho científico respecto de esos sistemas es que son
autoorganizados y, por lo tanto, un agente externo no puede controlarlos.
Obligarlos a suprimir sus fluctuaciones y complejidades naturales en nombre de
la productividad desembocará, de manera inevitable, en revolución, crisis o
colapso. En el caso de los bosques, lo que se obtiene es Waldsterben; en el de
los seres humanos, el suicidio es un resultado posible: puede provocarse el
derrumbe de una corporación o de un sector completo de fabricación.
El enfoque de la administración adoptado por
Foxconn es muy sencillo: hacer que cada obrero ejecute una tarea repetitiva muy
especializada para que no sea necesario ningún tipo de pensamiento o habilidad.
Esta clase de trabajo especializado funciona sin inconvenientes en las colonias
de hormigas porque las hormigas son criaturas simples y están genéticamente
especializadas en la realización de ciertas tareas sin que les sea necesario
pensar.
Los seres humanos son, a decir verdad,
terribles cuando se trata de especialización. Este es el motivo por el que
todos los intentos de convertir a los seres humanos en insectos-obreros, para
el beneficio de los más ricos, han dado como resultado la miseria generalizada.
Terry Gou, director ejecutivo de Foxconn, así lo admite al decir que quienes
desean obtener un ascenso deben memorizar que: “El sufrimiento es el hermano
gemelo del crecimiento”.
En una investigación notable sobre la reciente
racha de suicidios registrados en el proveedor de Apple, Pun Ngai y Jenny Chan
describen el caso de Tian Wu, una empleada de diecisiete años que el 17 de
marzo de 2010 se arrojó desde el cuarto piso del dormitorio que compartía con
otras obreras. Tian acababa de llegar de Hubai, una aldea rural, para trabajar
en la fábrica de Foxconn, situada en Longhua. Quienes la conocieron antes de lo
que ella denomina “su accidente”, la describen como una joven despreocupada que
amaba las flores.
Después de trabajar en la sede de Foxconn en
Longhua treinta y siete días, intentó suicidarse. A diferencia de otros catorce
compañeros de trabajo que también intentaron suicidarse en un periodo de dos
meses en 2010 y 2011, Tian sobrevivió. Muy probablemente, deberá seguir en
silla de ruedas el resto de su vida.
Foxconn tiene un programa de producción que
abarca las veinticuatro horas del día, todos los días de la semana; a menudo,
se obliga a los obreros a cumplir horas extra. Los trabajadores viven en
dormitorios custodiados por guardias armados; las habitaciones son tan pequeñas
que la privacidad personal es casi inexistente. La asignación de los
trabajadores a las habitaciones es aleatoria; ese proceso rompe las redes
sociales existentes y reduce la organización de los obreros al mínimo. No se
permiten visitantes que se queden durante la noche. La vida de un trabajador de
Foxconn está dedicada a la producción de equipos electrónicos a bajo costo, en
su mayoría para consumo occidental.
En el último tiempo, se ha intensificado la
presión sobre empresas de tecnología como Apple y otras para que revisen su
relación con proveedores chinos como Foxconn. Sin embargo, sostengo que es la
naturaleza fundamental del trabajo lo que impulsa a los individuos al suicidio.
Trabajar en Foxconn es el extremo lógico de la administración del tiempo. La
administración programa el aseo, la alimentación y el sueño de modo tal que
coincidan con plazos de producción y maximicen la eficiencia de la rotación de
turnos.
En Occidente, nos enorgullecemos de nuestra
nueva economía, cuya base es la movilidad, y de nuestra revolución de la
información. Pareceríamos considerar que la producción industrial es una
pintoresca reliquia de mediados del siglo XX, como si ahora nos hubiéramos
liberado de la fealdad y la poca “onda” de la fabricación. Todos vivimos en la
nube. Y en rigor, Foxconn es el empleador privado más grande de China: emplea a
más de un millón cuatrocientos mil personas; en una sola de las instalaciones de
la empresa, trabajan cuatrocientos mil personas: cuatrocientos mil personas
—casi la población de Minneapolis— trabajando en una sola fábrica.
Hace poco, The Fair Labor Association llevó a
cabo una investigación de la empresa Foxconn, con las siguientes conclusiones: “Las
fábricas trabajaban sin respetar los límites legales y estatutarios en lo
atinente a horas de trabajo; no registraban ni pagaban correctamente las horas
extra trabajadas fuera de horario; permitían que los empleados trabajaran horas
extra en violación de lo establecido por las reglamentaciones vigentes en China
y, en periodos pico, los trabajadores debían trabajar hasta más de siete días
seguidos sin un día de descanso. Además, la investigación registró numerosos
problemas de insalubridad e inseguridad, y halló que, a pesar de que existe un
sindicato y un acuerdo de negociación colectiva, ese acuerdo no se adecua a los
estándares internacionales o nacionales”.
Un trabajador de Foxconn comenta: “Nos gritan
todo el tiempo. Es muy difícil todo por aquí. Estamos atrapados en un ‘campo de
concentración’ de la disciplina laboral: Foxconn nos dirige aplicando el
principio ‘obediencia, obediencia y obediencia absoluta’. ¿Debemos sacrificar
nuestra dignidad como personas en aras de la eficiencia en la producción?” En
este ambiente inhumano, el estudio conducido por Ngai encontró actos de
resistencia de parte de los trabajadores, como robo de productos, trabajo a
desgana, interrupción de labores, huelgas de pequeña escala y, en ocasiones,
sabotajes, que retrasan la producción. Y después, claro, está también el
suicidio, la última opción que les queda a los trabajadores para ejercer
control sobre sus vidas. El sistema —en este caso, el cerebro del trabajador—
procura inyectar variación en su vida —robo y sabotaje— para encontrar un ámbito
más estable en el que la dinámica intrínseca del sistema se encuentre en
equilibrio con el medio ambiente.
Los sistemas complejos existen en las
proximidades del límite entre orden y desorden; esa cercanía se denomina “criticidad
autoorganizada” y permite la adaptación a nuevos entornos. Al filo del caos,
los sistemas modifican con rapidez sus estructuras internas hasta que
encuentran un estado estable. Sin embargo, esa adaptabilidad tiene límites, que
no son lineales. Al superar un umbral, el sistema se derrumba, catastrófica y
completamente. Un ejemplo notable de ese fenómeno es el derretimiento de los
glaciares: los glaciares soportan cierta cantidad de calentamiento, pero cuando
el proceso de derretimiento llega a cierto umbral (el término común para ese
umbral es “momento crítico”), el glaciar empieza a desaparecer, aunque la
temperatura vuelva a descender.
Los apilamientos de arena suelen usarse como
ejemplo para ilustrar el hecho de que los sistemas autoorganizados se sitúan en
el límite entre orden y desorden, así como para esclarecer el concepto de
umbral no lineal. Imaginemos una superficie totalmente plana sobre la cual se
vierte arena a una velocidad constante. Los granos de arena caen de manera
aleatoria hacia uno u otro lado de la pila, a medida que la pila va creciendo
en altura. Al principio, la pila es pequeña, de modo que el ángulo de la
pendiente es muy reducido. Al seguir agregando arena, la pila se limitará a
ganar altura.
Al llegar a cierto punto, el ángulo de la pila
se volverá tan pronunciado que la adición de más arena provocará pequeñas
avalanchas. Finalmente, el ángulo de la pila y la frecuencia de las avalanchas
convergerán en un equilibrio tal que la forma general de la pila se mantendrá.
Sin embargo, la clave de ese equilibrio reside en que haya una disipación
abierta de arena, que dejará la pila para compensar la nueva arena que se
vierte. Si se sigue añadiendo arena, el ángulo de la pila se volverá tan
empinado que al agregar un solo grano más, se producirá una avalancha
catastrófica que hará desaparecer la pila. Gracias a la eficiencia y la
productividad de China, los occidentales contamos con una provisión infinita de
dispositivos digitales móviles a bajo precio, lo que nos ha permitido
convertirnos en una economía que opera las veinticuatro horas de todos los días
de la semana.
Trabajar sin cesar se ha convertido en una
nueva medalla de honor entre la clase profesional digital. Circulamos cargando
con todos nuestros artefactos tratando de definir nuestra propuesta de valor.
La compulsión de permitir que sean las empresas quienes organicen nuestra vida
mediante aplicaciones y calendarios proviene de una profunda ignorancia del
modo en que en realidad funciona el cerebro. Nos negamos a admitir que nuestro
cerebro es, de por sí, un milagro de la organización compleja.
En un ensayo escrito en 1949 con el título Why Socialism? que recibió muy escasa
atención, Albert Einstein señaló: “Si nos preguntamos cómo debería modificarse
la estructura de la sociedad y la actitud cultural del hombre para que la vida
humana fuera lo más satisfactoria posible, tendríamos que tener siempre
presente que existen ciertas condiciones que no podemos alterar. Como ya se
mencionó, para todos los fines prácticos, la naturaleza biológica del hombre no
se encuentra sujeta a cambios”.
Si bien nuestra comprensión de “la naturaleza
biológica del hombre” se actualiza a diario, Einstein estaba en lo cierto al
señalar que nuestro cerebro tiene límites. Aunque nuestras vidas son más
fáciles, existimos en el mismo espectro que los trabajadores chinos: el precio
del logro es el mismo para ambos. Con frecuencia cada vez mayor, las empresas
de nuestra sociedad de la información procuran que su organización sea «plana».
Sin embargo, cuanto menos explícita es la jerarquía en los puestos de trabajo,
mayor es la responsabilidad que se espera que asuma cada trabajador. La línea
entre la vida y el trabajo se desdibuja cuando una lista interminable de tareas
empieza a distribuirse entre todo el mundo por igual.
Los dispositivos móviles garantizan que estaremos
disponibles las veinticuatro horas de los siete días de la semana para atender
solicitudes relacionadas con el trabajo. Ya no existe un lugar físico en el que
no podamos trabajar. La mente jamás puede descansar. Un trabajador moderno de
la sociedad de la información puede sentir que jamás deja de trabajar. Desde el
punto de vista de los inversores capitalistas, inducir el temor de perder en
una competencia que no tiene fin es más efectivo que emplear jefes que
intimiden a los trabajadores. La coacción a trabajar es una forma de orden
impuesto externamente y puede adoptar la forma de un cronograma de trabajo, una
lista de tareas pendientes, un proceso comercial, proyectos vanos, actividades
de administración del tiempo o indicaciones de un cliente que esperaba obtener
resultados seis meses antes.
En el otro extremo del espectro, encontramos
trabajadores como Tian Wu en las plantas de Foxconn en China. Pagan el precio
de nuestra movilidad digital, a veces con su vida. Mijaíl Bakunin, un pensador
anarquista, escribió: “La libertad de todos es esencial para mi libertad”: si
existen algunos esclavos, nadie es verdaderamente libre.
En La
riqueza de las naciones, Adam Smith dice: “El trabajo duro, ya sea de la
mente o del cuerpo, continuado durante varios días, es seguido en la mayoría de
los hombres por un gran deseo de relajación, que, de no ser sofocado por la
fuerza o alguna necesidad profunda, es casi irresistible. Es la llamada de la
naturaleza, que requiere ser satisfecha mediante cierta indulgencia, a veces
sólo de descanso, pero en otras ocasiones también de disipación y diversión. Si
esto no se cumple, las consecuencias a menudo son peligrosas y en ocasiones
fatales, y casi siempre, más tarde o más temprano, acarrean la dolencia
peculiar del oficio. Si los patrones siempre escucharan los dictados
humanitarios y de la razón, con frecuencia tendrían ocasión de moderar antes
que acicatear la aplicación de muchos de sus trabajadores”.
Debemos preguntarnos por qué y para quién
trabajamos tanto. Recordemos que nuestro cerebro tiene cien mil millones de
neuronas conectadas, cada una de ellas, mediante doscientos billones de
sinapsis. Su actividad se encuentra regulada por una orquesta sublime de
actividad eléctrica que sincroniza y desincroniza neuronas y regiones
cerebrales para generar la compleja armonía que nos permite ser seres humanos.»
[El
texto pertenece a la edición en español de Editorial Clave Intelectual, 2014,
en traducción de Elena Luján Odriozola, pp. 68-73. ISBN: 978-84-9420-731-0.]
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