Obra
… Bien sabemos lo difícil que es hacerse oír
de la mayoría. También aquí son muchos los llamados y pocos los escogidos. Pero
comenzad por llamarlos, que seguramente la causa de tal desatención está más en
la voz que en el oído.
* * *
Tarea para hoy: demostrar hermandad con la
tragedia viva, y luego, lo antes posible, intentar superarla. Naturalmente,
esto es lo mas difícil. No hay creador capaz de levantar unas ruinas si no
dispone de un ideal positivo; si primero él no ha forjado -cual un futuro ya
presente- su escala de valores y su escuela de verdades.
* * *
Creo en la poesía social, a condición de que
el poeta (el hombre) sienta estos temas con la misma sinceridad y la misma
fuerza que los tradicionales.
(1950)
[…]
Mundo
CUANDO San Agustín escribía sus Soliloquios.
Cuando el último soldado alemán
se desmoronaba de asco y de impotencia.
Cuando las guerras púnicas
y las mujeres abofeteadas en el
descansillo de una escalera
entonces,
cuando San Agustín escribía la Ciudad de Dios con una mano
y con la otra tomaba notas a fin
de combatir las herejías,
precisamente entonces,
cuando ser prisionero de guerra
no significaba la muerte, sino la casualidad de encontrarse vivo,
cuando las pérfidas mujeres
inviolables se dedicaban a reparar las constelaciones deterioradas
y los encendedores automáticos
desfallecían de póstuma ternura, entonces, ya lo he dicho,
San Agustín andaba corrigiendo
las pruebas de su Enchiridion ad
Laurentium
y los soldados alemanes se
orinaban encima de los niños recién bombardeados.
Triste, triste es el mundo,
como una muchacha huérfana de
padre a quien los salteadores de abrazos sujetan contra un muro.
Muchas veces hemos pretendido que
la soledad de los hombres se llenase de lágrimas.
Muchas veces, infinitas veces,
hemos dejado de dar la mano
y no hemos conseguido otra cosa
que unas cuantas arenillas pertinazmente intercaladas entre los dientes.
Oh si San Agustín se hubiese
enterado de que la diplomacia europea
andaba comprometida con artistas
de variétès de muy dudosa reputación
y que el ejército norteamericano
acostumbraba recibir paquetes donde la más ligera falta de ortografía
era aclamada como venturoso
presagio de la libertad de los pueblos oprimidos por el endoluminismo.
Voy a llorar de tanta pierna rota
y de tanto cansancio que se
advierte en los poetas menores de dieciocho años.
Nunca se ha conocido un desastre
igual.
Hasta las Hermanas de la Caridad
hablan de crisis
y se escriben gruesos volúmenes
sobre la decadencia del jabón de afeitar entre los esquimales.
Decid adónde vamos a parar con
tanta angustia
y tanto dolor de padres
desconocidos entre sí.
Cuando San Agustín se entere de
que los teléfonos automáticos han dejado de funcionar
y de que las tarifas contra
incendios se han ocultado tímidamente en las cabelleras de las muchachitas
rubias,
ah entonces, cuando San Agustín
lo sepa todo
un gran rayo descenderá sobre la
tierra y en un abrir y cerrar de ojos nos volveremos todos idiotas.
[…]
Encuesta
Quiero encontrar, ando buscando
la causa del sufrimiento. / La causa a secas del sufrimiento a veces
mojado en sangre, en lágrimas, y
en seco / muchas más. La causa de las causas de las cosas
horribles que nos pasan a los
hombres. / No a Juan de Yépez, a Blas de Otero, a León
Bloy, a César Vallejo, no, no
busco eso, / qué va, ando buscando únicamente
la causa del sufrimiento / (del
sufrimiento a secas),
la causa a secas del sufrimiento
a veces… / Y siempre vuelta a empezar.
Me pregunto quién goza con que
suframos los hombres. / Quién se afeita a favor del viento de la angustia.
Qué sucede en la sección de
Inmortalidad / cuando según todas las pruebas nos morimos para siempre.
Sabemos poco en materia de
sufrimiento. / Estamos muy orgullosos con nuestro orgullo,
pero si yo les arguyo con el
sufrimiento no saben qué decirme. / Mire usted en la guía telefónica,
o en la Biblia, es fácil que allí
encuentre algo. / Y agarro la biblia telefónica,
y agarro / con las dos manos la
Guía de pecadores… y se caen al suelo todos los platos.
Desde los siete años / oyendo lo
mismo a todas horas, cielo santo,
santo, santo, como de Dios al fin
obra maestra. / Pero, del sufrimiento, como el primer día:
mudos y flagelados a doble
columna. Es horrible.
[…]
Juicio final
Yo, pecador, artista del pecado, / comido por
el ansia hasta los tuétanos,
yo, tropel de esperanza y de
fracasos, / estatua del dolor, firma del viento.
Yo, pecador, en fin, desesperado
/ de sombras y de sueños: me confieso
que soy un hombre en situación de
hablaros / de la vida. Pequé. No me arrepiento.
Nací para narrar con estos labios
/ que barrerá la muerte un día de estos,
espléndidas caídas en picado /
del bello avión aquel de carne y hueso.
Alas arriba disparó los brazos, /
alardeando de tan alto invento;
plumas de níquel: escribid
despacio. / Helas aquí, hincadas en el suelo.
Éste es mi sitio. Mi terreno.
Campo / de aterrizaje de mis ansias. Cielo
al revés. Es mi sitio y no lo
cambio / por ninguno. Caí. No me arrepiento.
Ímpetus nuevos nacerán, más
altos. / Llegaré por mis pies -¿Para qué os quiero?-
a la patria del hombre: al cielo
raso / de sombras ésas y de sueños ésos.
…porque la mayor locura que puede
/ hacer un hombre en esta vida es
dejarse morir sin más ni más…
[…]
En la inmensa mayoría
Podrá faltarme el
aire, / el agua,
el pan, / sé que me faltarán.
El aire, que no es de nadie. / El agua, que es del sediento.
El pan… Sé que me faltarán. / La fe, jamás.
Cuanto menos aire, más. / Cuanto más sediento, más.
Ni más ni menos. Más.
[…]
A los cuarenta y siete años
de mi edad, / da miedo decirlo, soy sólo un poeta español
(dan miedo los años, lo de poeta,
y España) / de mediados del siglo XX. Esto es todo.
¿Dinero? Cariño es lo que yo
quiero, / dice la copla. ¿Aplausos? Sí, pero no me entero.
¿Salud? Lo suficiente. ¿Fama? /
Mala. Pero mucha lana.
Da miedo pensarlo, pero apenas me
leen / los analfabetos, ni los obreros, ni
los niños. / Pero ya me leerán.
Ahora estoy aprendiendo
a escribir, cambié de clase, /
necesitaría una máquina de hacer versos,
perdón, unos versos para la
máquina / y un buen jornal para el maquinista,
y, sobre todo, paz, / necesito
paz para seguir luchando
contra el miedo, / para brindar
en medio de la plaza
y abrir el porvenir de par en
par, / para plantar un árbol
en medio del miedo, / para decir
“buenos días” sin engañar a nadie,
“buenos días, cartero” y que me
entregue una carta / en blanco, de la que vuele una paloma.
[…]
Todo
Gracias doy a la vida por haberme
nacido. / Gracias doy a la vida porque vi los árboles, y los ríos y el mar.
Gracias en la bonanza y en la
procela. / Gracias por el camino y por la verdad.
Gracias por la contradicción y
por la lucha. / Gracias por el aire y por la cárcel.
Gracias por el asombro y por la
obra. / Gracias por morir; gracias por perdurar.»
[El texto pertenece a la edición
en español de Ediciones Cátedra, 1982, en edición del autor. ISBN 84-207-1000-8
]
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