jueves, 23 de octubre de 2014

"Memoria sobre la educación pública". Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811)



"Ética.
 Y he aquí el último punto a que hemos procurado conducir el estudio de la ideología. Si sólo tratásemos de instruir a los jóvenes en el buen uso de su razón, nos hubiéramos contentado con darles algunos principios de lógica; pero era necesario que preparásemos sus ánimos para las importantes verdades de la moral, sin cuyo conocimiento no podrá decirse buena ni completa su educación. Importa ciertamente mucho ilustrar su espíritu; pero importa mucho más rectificar su corazón. Importaba mucho dirigirlos en el uso de sus ideas, pero mucho más en sus sentimientos y afecciones. Porque, si como decía Cicerón, toda virtud consiste en acción, no bastará que conozcamos la norma que debe regular nuestra conducta si no se dispone nuestra voluntad para que se conforme a ella y conozca y sienta que en esta conformidad está su dicha. Tal es el objeto de la ética o ciencia de las costumbres.   Antes de tratar de esta preciosa parte de la educación, no puedo dejar de deplorar el abandono con que ha sido mirada hasta ahora. Si volvemos los ojos a nuestras escuelas generales, vemos que hasta nuestros días no fue contada en el círculo de los estudios filosóficos; y si bien la enseñanza de la teología abraza muchas cuestiones de la ética cristiana, cualquiera que conozca sus planes echará de menos una enseñanza separada y metódica de este ramo importantísimo de la ciencia de la religión. Es cierto que al fin la ética natural, o filosofía moral, fue admitida en nuestras Universidades; pero, ¿se enseña en todas?, ¿se enseña a todos?, ¿se enseña en el orden, por el método y con la extensión que su objeto requiere?. Lo dicho hasta aquí, y lo que resta por decir acerca de ella, hará ver cuánto falta para llenarle dignamente. 
   Pero es todavía más doloroso ver cuán olvidado está el estudio de la moral en la educación doméstica: la única en la que la mayor parte de los ciudadanos recibe su instrucción. Porque sin hablar de aquéllos que no reciben educación alguna, ni de aquéllos en cuya educación no se comprende ninguna enseñanza literaria, los cuales por desgracia componen la gran masa de nuestra juventud, ¿cuál es el plan de enseñanza doméstica que haya abrazado hasta ahora la ética? ¿Y quiénes los que la estudian, aun en aquellos Seminarios establecidos para suplir los defectos de esta educación? Se cuida mucho de enseñar a los jóvenes a presentarse, andar, sentarse y levantarse con gracia, a hablar con modestia, saludar con afabilidad y cortesía, comer con aseo, etc. Se consume mucho tiempo en enseñarles la música, la danza, la esgrima y en cultivar todos los talentos agradables o inútiles, y entre tanto se olvida la ciencia de la virtud, origen y fundamento de sus deberes naturales y civiles, y se les deja ignorar aquellos principios eternos de donde procede la honestidad; esto es, la verdadera decencia, modestia, urbanidad, en una palabra, los que enseñan la verdadera honestidad, fuente de las sublimes virtudes que hacen la gloria de la especie humana.
   Estoy muy lejos por cierto de condenar aquellas enseñanzas, ¿pero quién no se dolerá de ver cifrada en ellas toda la doctrina de la buena crianza? No hay ya que temporizar con este error, no hay ya que despreciar sus consecuencias, que por desgracia son demasiado funestas, así como demasiado generales, porque este abandono, esta imperfección, estos vicios de la educación pública y doméstica son más o menos de todos los tiempos y de todos los países. En ellos, si no la única, está la primera causa de todos los males y desórdenes que inficionan y debilitan todas las sociedades. La ignorancia es el verdadero origen de ellos; pero la ignorancia en este artículo, la ignorancia moral, si así puede decirse, es el más fecundo y poderoso; porque los demás estudios ilustran la razón, y éste solo perfecciona el corazón, los demás disponen la juventud a recibir la luz de las ciencias y las artes; éste dispone e inclina sus ánimos al ejercicio de la virtud; éste solo forma, éste solo reforma; éste solo mejora y perfecciona las costumbres. Los demás forman ciudadanos útiles, éste solo útiles y buenos. Los demás, en fin, pueden atraer a los estados la abundancia, la fuerza y cuanto lleva el nombre de prosperidad; éste solo la paz, el orden , la virtud, sin los cuales toda prosperidad es precaria, es humo, es nada".

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