Quinta parte:
Sobrevivientes comprometidos.
42.-Prefiero que me
fusilen antes de volver a meterme en una revolución
«Vale la pena volver bastantes años para atrás, pues es importante
mencionar la zafra de los diez millones, como se le llamó a la zafra de 1970,
porque aquella burrada queda como uno de los mejores ejemplos de la
irresponsabilidad de Fidel. En aquella fecha Fidel se había encaprichado en hacer
diez millones de toneladas de azúcar y, para cumplir con su palabra, no le
importó poner en peligro todos los recursos del país. Como no teníamos la
técnica suficiente para garantizar la zafra, fue necesario sacar de los centros
de trabajo más del cincuenta por ciento de los trabajadores, ya fueran obreros
de la construcción, obreros industriales, de ferrocarriles, del comercio, de
las escuelas. Prácticamente todas éstas se cerraron para garantizar la
presencia de profesores en la zafra. Hasta se movilizó a la fuerza aérea en
aquellos momentos, cuando era necesaria una guardia aérea permanente y los
pilotos tenían que hacer un esfuerzo tan extraordinario, poniendo en juego no
solamente su vida, sino equipos que costaban tanto dinero. Algunos de ellos se
negaron por no entender que se les exigiera ir quince días a cortar caña; los
que quedaban en la base aérea tenían que realizar doble trabajo; luego, los que
regresaban de la caña tomaban el relevo de éstos, y éstos a su vez se iban a la
caña, o sea, que no tenían descanso alguno y es conocido que un piloto necesita
obligatoriamente tener descanso para poder pilotear, sobre todo, aviones de
guerra. Hubo específicamente el caso del capitán Sergio Pérez, hijo del
comandante Crescencio Pérez, que por negarse a cortar caña lo expulsaron del
Partido y le dieron baja de las Fuerzas Armadas, y el hombre fue a parar al
ICAP (Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos), de conductor de un vehículo
de piquera y allí estuvo hasta que le llegó su jubilación. Y como ese caso hubo
muchos. El compañero Orlando Borregos, un colaborador muy cercano del Che para
asuntos económicos, que era viceministro del Azúcar en aquellos momentos, fue
destituido de su cargo porque le planteó al Comandante, y fue el único en
hacerlo, que no era posible llegar a los diez millones de toneladas de azúcar
con la técnica y la fuerza de trabajo que se tenía y, además, que de acuerdo a
la cantidad de caña que se había sembrado ni moliendo la tierra se darían diez
millones de toneladas. Fidel se molestó grandemente, le dijo que era un
imbécil, que no sabía nada, destituyó al viceministro de Azúcar, y
efectivamente, escasamente se pudo llegar a ocho millones de toneladas. Pero
para alcanzar esos ocho millones de toneladas, hubo que invertir, en capital y
mano de obra, lo que representa un valor de veinte millones de toneladas de
azúcar, así que, aunque se hubieran logrado, hubiera sido una victoria
totalmente pírrica o, mejor dicho, una derrota. El mismo Fidel planteó que
había sido un revés convertido en victoria, pero la victoria no sólo no la
vimos porque las necesidades seguían siendo las mismas, sino que se fundió el
país: toda la economía y la fuerza de trabajo se puso en función de la zafra.
Se paralizó absolutamente toda la economía del país; sólo continuaron
funcionando las escuelas de entrenamiento para extranjeros. Llegaba cualquier
delegación al país y veía tanto a los obreros como a los profesores y
universitarios cortando caña, entonces consideraban que era una fuerza muy
grande, que allí había un amor muy grande por Fidel y la Revolución, pero no
era así: se iba a cortar caña obligado, por no quedarse marcado para toda su
vida. El que se negara a ir se le consideraba como contrarrevolucionario y, por
lo tanto, cuando en su centro de trabajo se fuera a vender un refrigerador, un
televisor, una máquina de coser, una bicicleta, una lavadora, esa persona no
tenía los méritos para solicitarla. Entonces, para tener derecho a cualquier
equipo electrodoméstico, había que comerse el mundo. También, para despertar el
interés del pueblo, se llevó una campaña para formar brigadas de hombres
extraordinarios en el corte de caña; a esos hombres se les regalaba un auto o
un refrigerador al terminar la zafra o se le daba un viaje a algún país del
campo socialista con los gastos pagados. Se puede decir que eso fue un intento
de hacer llegar hasta el propio pueblo la corrupción en la que empezaban a
vivir todos los dirigentes.
No creo que el Che hubiera aceptado nunca ese
sistema de corrupción que se ha impuesto en Cuba. Considero que Camilo en los
primeros momentos era un hombre incorruptible, pero por el amor que le tenía a
Fidel —él decía que prefería dejar de respirar antes que dejar de creer en
Fidel—, él hubiera terminado por corromperse al lado de Fidel, hubiera tenido
que virarse; no para defender su honor, sino el de Fidel.
En Cuba los actos públicos han desaparecido;
eso, primero, porque es muy difícil conseguir que la gente acuda o que no se
marche al poco tiempo. Ya nadie quiere escuchar a Fidel, ni los propios
revolucionarios, porque se llevan treinta y tantos años oyendo el mismo
discurso: en materia de derechos humanos somos un ejemplo para el mundo entero,
somos esto y somos lo otro, cumplimos y sobrecumplimos tal y tal cosa, tenemos
las fábricas más grandes, los puertos pesqueros más activos, etcétera, pero el
pueblo ni ve pescado, ni ve tejido, ni ve nada. Y el gobierno, dándose cuenta
de eso, ha llevado a realizar estos actos a teatros. Y cada vez, al otro día
del discurso, el Comité Central orienta a la televisión a hacer la
retransmisión del discurso de Fidel simultáneamente por todos los canales,
durante una semana, un día sí un día no. Radio Reloj y Radio Rebelde los leen
todo el día durante esa semana, y en esos días nunca se corta la luz. Independientemente
de eso, el discurso es publicado en todos los periódicos. Hay controles a nivel
de cuadra, a ver quién escucha a Fidel y quién no, entonces todo el mundo pone
la tele para que se oiga que la han puesto, aunque la gente no escuche. Y resulta
ser un acto de alegría cuando Fidel por fin concluye con la frase “Patria o
muerte”.
En los
teatros donde ahora se celebran los discursos de Fidel, los organismos tienen
que mandar una cuota determinada de invitados, todos militantes del Partido,
buscando que todos aplaudan a lo que dice Fidel. Y es como se dice en Cuba: «Al
que no quiere caldo le dan tres tazas». Puesto que ese señor va a hablar,
entonces se divide el país por municipios, cada municipio en varias zonas, y en
cada zona se abre una casa que se tiene como salón de reuniones, allí se cita a
todos los militantes de la Juventud y el Partido, y éstos obligatoriamente, sin
excusa ni pretexto, tienen que ir a esa cita. Y entonces da pena ver que entre
toda aquella masa militante, doscientas, trescientas o cuatrocientas personas,
todo el mundo se va durmiendo, nadie se entera de que Fidel está hablando. Por
supuesto, siempre hay dos o tres alcahuetes a los que se les oye decir:
—Pero caballeros, coño, despiértense, el
Comandante está hablando.
Y siempre también hay quien contesta:
—No jodas, chico, no jodas, estáte tranquilo.
El que tiene sueño y se está durmiendo trata
de retirarse para un lado donde ese individuo no le vea, a ese punto hemos
llegado nosotros. Ya se entiende que no es que nosotros queramos esta
Revolución, sino que nos obligan a quererla, y a quererla tal y como Fidel se
la plantee, aunque así no esté al gusto de nosotros. Yo sí hice la revolución y
la hice a pecho abierto, pero si tales son las revoluciones de las cuales tanto
se ha anunciado en el mundo entero, pues yo no quiero saber más de ningún tipo
de revolución en mi vida, y ya no haré nada, no moveré un dedo para ningún tipo
de revolución. De eso sí que estoy seguro, no importa quién me quiera obligar,
aunque me pase como a Arnaldo Ochoa: incluso prefiero que me fusilen, mejor que
seguir viviendo en una Revolución como ésa.»
[El texto pertenece a la
edición en español de Tusquets Editores, 2003, en edición de Elizabeth Burgos, pp. 294-296. ISBN: 9788483108949.]
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