19
«Caía en lunes la fiesta de los Reyes Magos. Pero antes de la hora de vísperas acudieron a la taberna todos los que celebraban el próximo matrimonio de Malgosia Klenk con Wicek Socha. El gentío iba creciendo y la alegría era cada vez más expresiva. Bien pagados y obsequiados por el viejo Klenk, los músicos ponían todo su empeño en la pieza que tocaban. Socha y su prometida empezaron el baile al oír los primeros compases y otras parejas les imitaron.
Mateusz llegó en ese momento. Se apoyaba en un bastón porque era la primera vez que salía; andaba a duras penas y gastaba bromas con todos los que se encontraba. Una vez se hubo sentado, vio que Antek estaba mirando a todos con arrogancia.
-¡Antek! -le dijo Mateusz-. Ven aquí.
-Si quieres algo conmigo, tómate tú la molestia.
Antek se detuvo, esperando la provocación. Pero Mateusz dijo con suavidad:
-Casi no puedo moverme.
Con el ceño fruncido, y manteniéndose a la defensiva, Antek se aproximó. Mateusz le dio la mano.
-Siéntate a mi lado -le dijo-. Me has deshonrado públicamente, Antek. Hasta llamaron al señor cura para que me diera la extremaunción. Sin embargo, yo no te guardo rencor y doy el primer paso para ofrecerte la paz. Bebe conmigo. Nunca pensé que hubiera en el mundo un hombre capaz de derrotarme y tú me has arrojado al agua como si fuera un haz de paja.
-Tú me provocabas constantemente en el trabajo. Estaba irritado y no sabía lo que hacía.
-Tienes razón. Pero te vengaste a tus anchas. Pues bien, te perdono, aunque todavía tengo unos dolores espantosos en la espalda. Eres fuerte, Antek. Ya me habían dicho que rompiste a dos las paletas y que todavía no se han curado. ¡Hola, judío! Ron. Y date prisa, o rompo esto.
Al brindar, Antek preguntó, con voz sofocada por la angustia:
-¿Es verdad lo que dijiste?
-No, hombre, no. Hablé así por despecho. ¿Cómo iba a ser verdad?
Y Mateusz examinaba atentamente la botella para que Antek no descubriese que estaba mintiendo.
Antek, por su parte, pidió otras copas, con gran asombro de los allí presentes, que no entendían esa repentina amistad entre los dos mozos. Casi borracho ya, el presuntuoso dijo:
-Sí, sí. Yo quise hacerla mía y hasta traté de forzarla; pero me dio tales arañazos en la cara, que me puso como si hubiera caído en un zarzal... Siempre te prefirió, Antek... Sí, yo lo sé bien; no me lo niegues. Ésa es la razón por la que no quería mirarme. Yo hablé así sólo por celos... No hay otra que pueda igualarla. Lo que no puedo comprender es que se haya casado con un viudo. Eso no es justo.
-No; no es justo -respondió Antek, soltando un gemido.
Después lanzó un juramento y volvió a suspirar.
-¡Sólo de pensarlo, Mateusz, se me parte el corazón!
-No te dejes llevar por la desesperación.
-Pero, ¿qué hacer? El amor, un amor como éste, es una enfermedad que desgarra los huesos y envenena la sangre... No me apetece hacer nada... Quisiera estrellarme la cabeza contra un muro...
-¿Y tú crees que no lo sé? -dijo pérfidamente Mateusz-. Yo he sentido eso mismo por ella. El amor sólo tiene un remedio: casarse con otra. Entonces se termina todo... Y en el caso de no poder casarse, hay que poseer a la mujer que se desea y así pasa el capricho... Te lo digo en serio; créeme, porque lo sé -añadió con tono de suficiencia.
-¿Y si el mal persistiera?
-Eso está bien para los que se dejan dominar por las faldas. Pero hombres de condición tan blanda no son hombres.
-Quizá tengas razón.
Con melancolía, Antek se dejó llevar por sus pensamientos.
-¡Bebe un poco, hombre, y que el diablo se lleve a todas las mujeres! Las hay que basta soplar para que caigan y, sin embargo, ésas llevan de la nariz al hombre más fuerte, como se lleva una vaca del ronzal. Le arrebatan la fuerza y su sensatez y hacen de él un ser ridículo... ¡Ah, malditas!... Yo creo que son obra del infierno... ¡A tu salud, hermano!... Y escupe sobre todas ellas. Hombre, para algo te ha dado Dios cordura.
Seguían bebiendo y hablando en voz baja. A pesar suyo y no pudiendo resistir la tentación de tener un confidente con quien aliviar sus penas, Antek dijo algo más de lo que hubiera debido, en dos o tres frases muy breves. El otro adivinó lo que Antek no dijo y precisamente eso buscaba.
Mientras tanto se había formado un grupo alrededor de los dos ex enemigos. Al principio, Antek les inspiraba temor. ¿Era fácil saber si estaba de buen humor o enfadado? Pero pronto se dieron cuenta que para todos tenía buenas palabras. Interiormente él despreciaba a todos los que lo rodeaban pues no podía olvidar cómo huían las gentes de él antes de la aventura con Mateusz.
Hablaron sobre los asuntos del pueblo. Durante el invierno las almas se elevaban; había más libertad, porque los cuerpos no estaban inclinados sobre el surco. Los hombres pensaban y parecían recobrar su personalidad. En el bosque, durante el verano, es imposible distinguir un árbol de otro; pero cuando cae sobre ellos la nieve, ninguno es igual a otro. Lo mismo les ocurre a los hombres.
Sólo Antek estaba callado, con los ojos clavados en las hojas de la puerta, preguntándose interiormente si Jagna vendría a la celebración de los esponsales.»
[El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Rueda, 2001, pp. 99-101. ISBN: 84-8447-095-4.]