Parte IV: Mucho tiempo después de la conciencia
Capítulo 11: Vivir con una conciencia
Digresión sobre el inconsciente
«Si los procesos cerebrales no conscientes están en condiciones de
realizar las tareas que realizan por cuenta de las decisiones conscientes, es
gracias a que nuestro cerebro logró combinar de manera eficaz la nueva forma de
gobernar que la conciencia hizo posible, con la antigua forma basada en la
regulación automatizada e inconsciente. Un destacado estudio dirigido por el
psicólogo holandés Ap Dijksterhuis recoge algunas pruebas muy apropiadas. Pero
para apreciar la importancia de los resultados a los que llegó, es preciso
describir antes el marco y la configuración del experimento. A un grupo formado
por sujetos normales, el doctor Dijksterhuis les pidió que tomaran unas
decisiones de compra en dos condiciones. En la primera, los sujetos emplearon
sobre todo la deliberación consciente; en la segunda, en cambio, a los sujetos
no les fue posible deliberar conscientemente porque fueron sometidos a un
proceso de distracción hábilmente manipulado.
Había dos clases de artículos susceptibles de
compra. De un lado, artículos triviales de menaje, como tostadoras y paños de
cocina; del otro, lo que serían grandes compras como, por ejemplo, coches y
casas. A cada sujeto se le dio un folleto con amplia información acerca de las
ventajas y desventajas de cada uno de los artículos de aquellas dos clases. Se
trataba de la habitual información destinada al consumidor en la que no faltaba
la indicación del precio; es decir, la clase de información que les habría de
ser muy útil cuando tuvieran que escoger el «mejor» artículo posible y
comprarlo. Cuando llegó el momento de la decisión, sin embargo, Dijksterhuis sólo
dejó que algunos sujetos estudiaran el folleto durante tres minutos antes de
tomar una decisión, en tanto que privó a los demás de ello, distrayéndoles
durante esos mismos tres minutos. El experimento evaluó a los sujetos
participantes sometiéndolos, para ambas clases de artículos, a las dos
condiciones, esto es, dejándoles estudiar atentamente la información durante
tres minutos o distrayéndoles durante ese mismo período de tiempo.
¿Y cuál dirían que fue el resultado del
experimento en cuanto a la calidad de las decisiones? Sería perfectamente
razonable pensar, por ejemplo, que en cuanto a los artículos triviales de
menaje, los sujetos iban a tomar decisiones acertadas tanto si la deliberación
era consciente como inconsciente, dado el módico precio de los artículos y la
escasa complejidad del problema que planteaba la elección. Decidirse entre dos
tostadoras, por meticuloso que sea un sujeto, no es un problema intrincado. En
cambio, en cuanto a las grandes compras —como, por ejemplo, con cuál de los coches
monovolumen quedarse—, cabía esperar que los sujetos que pudieron estudiar la
información fueran los que tomaran las decisiones más acertadas.
Los resultados difirieron asombrosamente de
estas previsiones. Las decisiones que se habían tomado sin mediar ninguna
deliberación consciente resultaron más satisfactorias en ambas clases de
artículos, pero sobre todo en la de las grandes compras. La conclusión aparente
es que cuando vamos a comprar un coche o una casa, es preciso conocer al
detalle los hechos, pero, una vez conocidos, no hay que preocuparse ni dar más
vueltas a las minuciosas comparaciones de ventajas y desventajas posibles. Es
mejor lanzarse. Para que luego hablen de las maravillas de la deliberación
consciente. Estos interesantes resultados, ni que decir tiene, no deberían
alejarnos de la deliberación consciente, pues lo que sugieren es que los
procesos inconscientes son capaces de cierto razonamiento lógico, mucho más de
lo que generalmente se creía, y que este razonamiento, una vez adecuadamente
ejercitado a través de la experiencia, puede, cuando el tiempo escasea,
llevarnos a tomar decisiones convenientes y ventajosas. En las circunstancias
en que se llevó a cabo el experimento, la deliberación atenta y consciente,
sobre todo en el caso de las grandes compras, no había llevado, sin embargo, a
obtener el mejor resultado. El elevado número de variables a considerar, así
como el restringido espacio de razonamiento consciente —restringido por el
escaso número de cosas a las que se puede prestar atención en un momento
determinado—, reducen la probabilidad de tomar la mejor decisión dado lo
limitado de la ventana temporal disponible. El espacio inconsciente, en cambio,
tiene una capacidad mucho mayor, ya que puede contener y manejar muchas variables
que potencialmente ayudan a la mejor elección en una pequeña ventana de tiempo.
Además de lo que nos dice acerca del
procesamiento inconsciente en general, el estudio de Dijksterhuis señala otras
cuestiones importantes. Una de ellas es la relacionada con la cantidad de
tiempo necesaria para tomar una decisión. Quizá lleguemos, por ejemplo, a
escoger el restaurante indiscutiblemente mejor para salir a cenar si
disponemos, primero, de toda la tarde para examinar las últimas reseñas
gastronómicas, y si luego podemos examinar el precio de los platos que componen
la carta, si sabemos dónde queda el restaurante, y si comparamos todos estos
datos con nuestras preferencias personales, nuestro estado de ánimo y las
posibilidades de nuestra cuenta bancaria. Pero no tenemos toda la tarde para
hacerlo. El tiempo cuenta, y sólo podemos dedicar una cantidad “razonable” de
tiempo a tomar la decisión. Lo razonable de la cantidad dependerá, por
supuesto, de la importancia del asunto a decidir. Dado que no disponemos de todo
el tiempo del mundo, en lugar de hacer una gran inversión de tiempo en
gigantescos cálculos, vale la pena aprovechar algunos atajos. Y algo que viene
muy bien es que, por un lado, los registros emocionales pasados nos serán de
utilidad al seguir esos atajos y, por otro, que nuestro inconsciente cognitivo
es un buen proveedor de esa clase de registros.
Todo ello hace que me resulte particularmente
atractiva la idea de que nuestro inconsciente cognitivo es capaz de cierto
razonamiento, y que dispone de un «espacio» mayor para las operaciones que el
de su homólogo consciente. Pero un elemento de una importancia crítica para la
explicación de estos resultados guarda una estrecha relación con la experiencia
emocional anterior que el sujeto del experimento haya tenido con artículos
similares a los que figuran en la clase de las grandes compras. El espacio
inconsciente es claramente adecuado para esta manipulación encubierta, pero
trabaja en nuestro beneficio en gran medida porque ciertas opciones vienen
marcadas inconscientemente por medio de una predisposición vinculada a factores
emocionales y afectivos previamente adquiridos. Si bien considero que las
conclusiones acerca de las ventajas de la inconsciencia son sin lugar a dudas
acertadas, creo, en cambio, que nuestra idea de lo que ocurre por debajo de la
espejada superficie de la conciencia gana en riqueza cuando en los procesos
inconscientes tomamos en cuenta las emociones y los sentimientos.
El experimento de Dijksterhuis viene a
ilustrar la combinación de facultades conscientes e inconscientes. El
procesamiento inconsciente, por sí solo, no es suficiente. En estos
experimentos, los procesos inconscientes realizan sin duda mucho trabajo, pero
los sujetos se aprovechan de años de deliberación consciente, en cuyo
transcurso han ejercitado y adiestrado repetidamente sus propios procesos
inconscientes. Además, mientras los procesos inconscientes se realicen con la
debida diligencia, los sujetos permanecen plenamente conscientes. Los pacientes
inconscientes, ya sea debido a los efectos de la anestesia, o porque han
entrado en coma, no toman decisiones sobre el mundo real, del mismo modo que
tampoco disfrutan del sexo. Una vez más, la oportuna sinergia entre los niveles
de lo implícito y lo explícito prevalece. Nos nutrimos del inconsciente
cognitivo con bastante regularidad a lo largo del día, y discretamente le
subcontratamos una serie de tareas a la habilidad de su competencia, entre
otras, la ejecución de respuestas.
Así, cuando pulimos una habilidad hasta un nivel
en que ya no somos ni siquiera conscientes de los pasos técnicos necesarios
para realizarla con destreza, en realidad subcontratamos esa destreza al
espacio inconsciente. Cultivamos y ejercitamos nuestras habilidades
detenidamente, con plena conciencia, pero luego dejamos que se escondan y pasen
a las galerías subterráneas de nuestra mente, dejando libre el exiguo espacio
de reflexión consciente.
El experimento de Dijksterhuis ha significado
un gran paso en una línea de investigación que sigue centrada en el papel que
las influencias inconscientes ejercen en las tareas de toma de decisiones. En
los primeros compases de esa línea de investigación, nuestro grupo presentó
pruebas decisivas a este respecto. Demostramos, por ejemplo, que cuando sujetos
normales participaban en un juego de cartas que comportaba incurrir en pérdidas
o ganancias bajo condiciones de riesgo e incertidumbre, los jugadores empezaban
a adoptar una estrategia ganadora ligeramente antes de que fueran capaces de
expresar de manera razonada por qué lo hacían. Durante los minutos anteriores a
que adoptaran la estrategia ventajosa, los cerebros de los sujetos de aquel
experimento producían respuestas psicofisiológicas diferenciales cada vez que
sopesaban la posibilidad de sacar una carta de un palo de la baraja que no
fuera el principal, es decir, una carta cuyo palo hacía más factible que
perdieran, en tanto que la perspectiva de sacar una carta del palo principal no
generaba esa respuesta. La belleza del resultado alcanzado estribaba en que los
jugadores no perciban, ni tampoco el observador a simple vista, las respuestas
fisiológicas, que en el estudio original medimos a través de la conductancia de
la piel. Las respuestas ocurrían por debajo del nivel de sensibilidad del radar
de la conciencia del sujeto, y ocurrían tan sigilosamente como se producía la
deriva del comportamiento hacia la estrategia ganadora.
Si bien no queda del todo claro qué ocurre
exactamente, sea lo que sea, la conciencia del momento no es una condición para
que ocurra. Puede ser que el equivalente inconsciente de un presentimiento
instintivo “agite” el proceso de toma de decisiones, sesgando, por así decirlo,
el cálculo inconsciente, y al hacerlo evite la elección del artículo
equivocado. Lo más probable es que un importante proceso de razonamiento
discurra inconscientemente por las galerías subterráneas de la mente, y que ese
razonamiento produzca resultados sin que ni siquiera lleguen a conocerse los
pasos intermedios. Pero, con independencia de cuál sea ese proceso, lo cierto
es que produce el equivalente de una intuición, aunque sin el “¡ajá!” que
acompaña a la obtención de la solución, sólo como una callada y tranquila
resolución.
Las pruebas que corroboran la existencia de un
procesamiento inconsciente no han dejado de acumularse. Las decisiones que
tomamos en la vida económica, lejos de estar guiadas por la racionalidad pura,
se hallan significativamente influidas por poderosas predisposiciones como, por
ejemplo, la aversión a perder o el gozo de ganar. En el modo en que
interactuamos con los demás influye asimismo una amplia gama de sesgos y
predisposiciones relativas al sexo, la raza, la educación, las costumbres y la
forma de hablar y de vestir, entre otras muchas cosas. El escenario de la
interacción conlleva también su propio conjunto de predisposiciones vinculadas
a la familiaridad y el diseño. Las preocupaciones y las emociones que sentimos
antes de la interacción desempeñan un papel asimismo importante, al igual que
es importante la hora del día en que ocurre: ¿tenemos hambre? ¿Estamos llenos,
ahítos? Expresamos nuestras preferencias sobre la cara de alguien, y lo hacemos
a la velocidad del rayo, sin haber tenido siquiera tiempo de procesar
conscientemente los datos que habrían avalado la correspondiente deducción
razonada, lo que es razón de más para poner mayor cuidado cuando se trata de
decisiones importantes, tanto en la vida personal y como en la social. Dejar
que la influencia de una emoción pasada guíe la elección de una casa está bien,
siempre y cuando antes de firmar el correspondiente contrato nos tomemos un
tiempo para reflexionar detenidamente acerca de lo que el inconsciente ofrece
como opción. Puede que, entonces, lleguemos a la conclusión de que nuestra
elección no es válida, basándonos en el nuevo análisis de los datos, con
independencia de la manera en que intuitivamente hayamos juzgado la situación,
pues quizá nuestras experiencias pasadas en ese ámbito resulten atípicas,
sesgadas o insuficientes. Esto es tanto más importante cuando se trata de
nuestro voto en unas elecciones o cuando somos miembros de un jurado popular.
Los factores emocionales-inconscientes son uno de los principales problemas a
los que se enfrentan los votantes en las elecciones políticas y los miembros de
un jurado en los tribunales de justicia. El poder que ejercen los factores
emocionales inconscientes es algo tan conocido que, en las últimas décadas, lo
que era una maquinaria absolutamente monstruosa de influencia electoral se ha
transformado en toda una industria, y lo mismo ha ocurrido con algunos métodos
menos conocidos, aunque no por ello menos sofisticados, que permiten influir en
la decisión que tomen los miembros de un jurado popular.
La reflexión y la reevaluación, la
comprobación y la verificación de los hechos, así como el recapacitar son aquí
esenciales. Se trata de una ocasión extraordinaria para dedicar un tiempo
adicional a la decisión, preferiblemente antes de que entremos en la cabina
electoral o de que entreguemos nuestro voto al presidente de un jurado.
Todos los hallazgos y resultados que hemos
examinado hasta ahora son ejemplos de situaciones en las que influencias
inconscientes, emocionales o de otra índole, así como los pasos de un
razonamiento inconsciente inciden en el resultado de una tarea. Sin embargo,
los sujetos son mucho más conscientes si se les explica cuáles son las premisas
de la tarea que han de realizar, al igual que sucede cuando, una vez tomada la
decisión, se les informa acerca de cuáles han sido las consecuencias de sus
actos. Queda claro que se trata de ejemplos de componentes inconscientes de
unas decisiones que, por lo demás, son conscientes. Si bien nos permiten
vislumbrar la complejidad y la variedad de los mecanismos que operan detrás de
la fachada supuestamente perfecta del control consciente, no por ello ponen en
tela de juicio nuestras facultades deliberativas ni nos exoneran de la
responsabilidad de nuestros actos.»
[El
texto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 2010, en
traducción de Ferrán Meler Orti, pp. 231-236. ISBN: 978-84-233-4305-8.]
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