domingo, 21 de mayo de 2023

Y el cerebro creó al hombre.- Antonio Damasio (1944)


Antonio Damasio | Planeta de Libros
Parte IV: Mucho tiempo después de la conciencia

Capítulo 11: Vivir con una conciencia
Digresión sobre el inconsciente

    «Si los procesos cerebrales no conscientes están en condiciones de realizar las tareas que realizan por cuenta de las decisiones conscientes, es gracias a que nuestro cerebro logró combinar de manera eficaz la nueva forma de gobernar que la conciencia hizo posible, con la antigua forma basada en la regulación automatizada e inconsciente. Un destacado estudio dirigido por el psicólogo holandés Ap Dijksterhuis recoge algunas pruebas muy apropiadas. Pero para apreciar la importancia de los resultados a los que llegó, es preciso describir antes el marco y la configuración del experimento. A un grupo formado por sujetos normales, el doctor Dijksterhuis les pidió que tomaran unas decisiones de compra en dos condiciones. En la primera, los sujetos emplearon sobre todo la deliberación consciente; en la segunda, en cambio, a los sujetos no les fue posible deliberar conscientemente porque fueron sometidos a un proceso de distracción hábilmente manipulado.
 Había dos clases de artículos susceptibles de compra. De un lado, artículos triviales de menaje, como tostadoras y paños de cocina; del otro, lo que serían grandes compras como, por ejemplo, coches y casas. A cada sujeto se le dio un folleto con amplia información acerca de las ventajas y desventajas de cada uno de los artículos de aquellas dos clases. Se trataba de la habitual información destinada al consumidor en la que no faltaba la indicación del precio; es decir, la clase de información que les habría de ser muy útil cuando tuvieran que escoger el «mejor» artículo posible y comprarlo. Cuando llegó el momento de la decisión, sin embargo, Dijksterhuis sólo dejó que algunos sujetos estudiaran el folleto durante tres minutos antes de tomar una decisión, en tanto que privó a los demás de ello, distrayéndoles durante esos mismos tres minutos. El experimento evaluó a los sujetos participantes sometiéndolos, para ambas clases de artículos, a las dos condiciones, esto es, dejándoles estudiar atentamente la información durante tres minutos o distrayéndoles durante ese mismo período de tiempo.
 ¿Y cuál dirían que fue el resultado del experimento en cuanto a la calidad de las decisiones? Sería perfectamente razonable pensar, por ejemplo, que en cuanto a los artículos triviales de menaje, los sujetos iban a tomar decisiones acertadas tanto si la deliberación era consciente como inconsciente, dado el módico precio de los artículos y la escasa complejidad del problema que planteaba la elección. Decidirse entre dos tostadoras, por meticuloso que sea un sujeto, no es un problema intrincado. En cambio, en cuanto a las grandes compras —como, por ejemplo, con cuál de los coches monovolumen quedarse—, cabía esperar que los sujetos que pudieron estudiar la información fueran los que tomaran las decisiones más acertadas.
 Los resultados difirieron asombrosamente de estas previsiones. Las decisiones que se habían tomado sin mediar ninguna deliberación consciente resultaron más satisfactorias en ambas clases de artículos, pero sobre todo en la de las grandes compras. La conclusión aparente es que cuando vamos a comprar un coche o una casa, es preciso conocer al detalle los hechos, pero, una vez conocidos, no hay que preocuparse ni dar más vueltas a las minuciosas comparaciones de ventajas y desventajas posibles. Es mejor lanzarse. Para que luego hablen de las maravillas de la deliberación consciente. Estos interesantes resultados, ni que decir tiene, no deberían alejarnos de la deliberación consciente, pues lo que sugieren es que los procesos inconscientes son capaces de cierto razonamiento lógico, mucho más de lo que generalmente se creía, y que este razonamiento, una vez adecuadamente ejercitado a través de la experiencia, puede, cuando el tiempo escasea, llevarnos a tomar decisiones convenientes y ventajosas. En las circunstancias en que se llevó a cabo el experimento, la deliberación atenta y consciente, sobre todo en el caso de las grandes compras, no había llevado, sin embargo, a obtener el mejor resultado. El elevado número de variables a considerar, así como el restringido espacio de razonamiento consciente —restringido por el escaso número de cosas a las que se puede prestar atención en un momento determinado—, reducen la probabilidad de tomar la mejor decisión dado lo limitado de la ventana temporal disponible. El espacio inconsciente, en cambio, tiene una capacidad mucho mayor, ya que puede contener y manejar muchas variables que potencialmente ayudan a la mejor elección en una pequeña ventana de tiempo.
 Además de lo que nos dice acerca del procesamiento inconsciente en general, el estudio de Dijksterhuis señala otras cuestiones importantes. Una de ellas es la relacionada con la cantidad de tiempo necesaria para tomar una decisión. Quizá lleguemos, por ejemplo, a escoger el restaurante indiscutiblemente mejor para salir a cenar si disponemos, primero, de toda la tarde para examinar las últimas reseñas gastronómicas, y si luego podemos examinar el precio de los platos que componen la carta, si sabemos dónde queda el restaurante, y si comparamos todos estos datos con nuestras preferencias personales, nuestro estado de ánimo y las posibilidades de nuestra cuenta bancaria. Pero no tenemos toda la tarde para hacerlo. El tiempo cuenta, y sólo podemos dedicar una cantidad “razonable” de tiempo a tomar la decisión. Lo razonable de la cantidad dependerá, por supuesto, de la importancia del asunto a decidir. Dado que no disponemos de todo el tiempo del mundo, en lugar de hacer una gran inversión de tiempo en gigantescos cálculos, vale la pena aprovechar algunos atajos. Y algo que viene muy bien es que, por un lado, los registros emocionales pasados nos serán de utilidad al seguir esos atajos y, por otro, que nuestro inconsciente cognitivo es un buen proveedor de esa clase de registros.
 Todo ello hace que me resulte particularmente atractiva la idea de que nuestro inconsciente cognitivo es capaz de cierto razonamiento, y que dispone de un «espacio» mayor para las operaciones que el de su homólogo consciente. Pero un elemento de una importancia crítica para la explicación de estos resultados guarda una estrecha relación con la experiencia emocional anterior que el sujeto del experimento haya tenido con artículos similares a los que figuran en la clase de las grandes compras. El espacio inconsciente es claramente adecuado para esta manipulación encubierta, pero trabaja en nuestro beneficio en gran medida porque ciertas opciones vienen marcadas inconscientemente por medio de una predisposición vinculada a factores emocionales y afectivos previamente adquiridos. Si bien considero que las conclusiones acerca de las ventajas de la inconsciencia son sin lugar a dudas acertadas, creo, en cambio, que nuestra idea de lo que ocurre por debajo de la espejada superficie de la conciencia gana en riqueza cuando en los procesos inconscientes tomamos en cuenta las emociones y los sentimientos.
 El experimento de Dijksterhuis viene a ilustrar la combinación de facultades conscientes e inconscientes. El procesamiento inconsciente, por sí solo, no es suficiente. En estos experimentos, los procesos inconscientes realizan sin duda mucho trabajo, pero los sujetos se aprovechan de años de deliberación consciente, en cuyo transcurso han ejercitado y adiestrado repetidamente sus propios procesos inconscientes. Además, mientras los procesos inconscientes se realicen con la debida diligencia, los sujetos permanecen plenamente conscientes. Los pacientes inconscientes, ya sea debido a los efectos de la anestesia, o porque han entrado en coma, no toman decisiones sobre el mundo real, del mismo modo que tampoco disfrutan del sexo. Una vez más, la oportuna sinergia entre los niveles de lo implícito y lo explícito prevalece. Nos nutrimos del inconsciente cognitivo con bastante regularidad a lo largo del día, y discretamente le subcontratamos una serie de tareas a la habilidad de su competencia, entre otras, la ejecución de respuestas.
 Así, cuando pulimos una habilidad hasta un nivel en que ya no somos ni siquiera conscientes de los pasos técnicos necesarios para realizarla con destreza, en realidad subcontratamos esa destreza al espacio inconsciente. Cultivamos y ejercitamos nuestras habilidades detenidamente, con plena conciencia, pero luego dejamos que se escondan y pasen a las galerías subterráneas de nuestra mente, dejando libre el exiguo espacio de reflexión consciente.
Y EL CEREBRO CREO AL HOMBRE | ANTONIO DAMASIO | Comprar libro ... El experimento de Dijksterhuis ha significado un gran paso en una línea de investigación que sigue centrada en el papel que las influencias inconscientes ejercen en las tareas de toma de decisiones. En los primeros compases de esa línea de investigación, nuestro grupo presentó pruebas decisivas a este respecto. Demostramos, por ejemplo, que cuando sujetos normales participaban en un juego de cartas que comportaba incurrir en pérdidas o ganancias bajo condiciones de riesgo e incertidumbre, los jugadores empezaban a adoptar una estrategia ganadora ligeramente antes de que fueran capaces de expresar de manera razonada por qué lo hacían. Durante los minutos anteriores a que adoptaran la estrategia ventajosa, los cerebros de los sujetos de aquel experimento producían respuestas psicofisiológicas diferenciales cada vez que sopesaban la posibilidad de sacar una carta de un palo de la baraja que no fuera el principal, es decir, una carta cuyo palo hacía más factible que perdieran, en tanto que la perspectiva de sacar una carta del palo principal no generaba esa respuesta. La belleza del resultado alcanzado estribaba en que los jugadores no perciban, ni tampoco el observador a simple vista, las respuestas fisiológicas, que en el estudio original medimos a través de la conductancia de la piel. Las respuestas ocurrían por debajo del nivel de sensibilidad del radar de la conciencia del sujeto, y ocurrían tan sigilosamente como se producía la deriva del comportamiento hacia la estrategia ganadora.
 Si bien no queda del todo claro qué ocurre exactamente, sea lo que sea, la conciencia del momento no es una condición para que ocurra. Puede ser que el equivalente inconsciente de un presentimiento instintivo “agite” el proceso de toma de decisiones, sesgando, por así decirlo, el cálculo inconsciente, y al hacerlo evite la elección del artículo equivocado. Lo más probable es que un importante proceso de razonamiento discurra inconscientemente por las galerías subterráneas de la mente, y que ese razonamiento produzca resultados sin que ni siquiera lleguen a conocerse los pasos intermedios. Pero, con independencia de cuál sea ese proceso, lo cierto es que produce el equivalente de una intuición, aunque sin el “¡ajá!” que acompaña a la obtención de la solución, sólo como una callada y tranquila resolución.
 Las pruebas que corroboran la existencia de un procesamiento inconsciente no han dejado de acumularse. Las decisiones que tomamos en la vida económica, lejos de estar guiadas por la racionalidad pura, se hallan significativamente influidas por poderosas predisposiciones como, por ejemplo, la aversión a perder o el gozo de ganar. En el modo en que interactuamos con los demás influye asimismo una amplia gama de sesgos y predisposiciones relativas al sexo, la raza, la educación, las costumbres y la forma de hablar y de vestir, entre otras muchas cosas. El escenario de la interacción conlleva también su propio conjunto de predisposiciones vinculadas a la familiaridad y el diseño. Las preocupaciones y las emociones que sentimos antes de la interacción desempeñan un papel asimismo importante, al igual que es importante la hora del día en que ocurre: ¿tenemos hambre? ¿Estamos llenos, ahítos? Expresamos nuestras preferencias sobre la cara de alguien, y lo hacemos a la velocidad del rayo, sin haber tenido siquiera tiempo de procesar conscientemente los datos que habrían avalado la correspondiente deducción razonada, lo que es razón de más para poner mayor cuidado cuando se trata de decisiones importantes, tanto en la vida personal y como en la social. Dejar que la influencia de una emoción pasada guíe la elección de una casa está bien, siempre y cuando antes de firmar el correspondiente contrato nos tomemos un tiempo para reflexionar detenidamente acerca de lo que el inconsciente ofrece como opción. Puede que, entonces, lleguemos a la conclusión de que nuestra elección no es válida, basándonos en el nuevo análisis de los datos, con independencia de la manera en que intuitivamente hayamos juzgado la situación, pues quizá nuestras experiencias pasadas en ese ámbito resulten atípicas, sesgadas o insuficientes. Esto es tanto más importante cuando se trata de nuestro voto en unas elecciones o cuando somos miembros de un jurado popular. Los factores emocionales-inconscientes son uno de los principales problemas a los que se enfrentan los votantes en las elecciones políticas y los miembros de un jurado en los tribunales de justicia. El poder que ejercen los factores emocionales inconscientes es algo tan conocido que, en las últimas décadas, lo que era una maquinaria absolutamente monstruosa de influencia electoral se ha transformado en toda una industria, y lo mismo ha ocurrido con algunos métodos menos conocidos, aunque no por ello menos sofisticados, que permiten influir en la decisión que tomen los miembros de un jurado popular.
 La reflexión y la reevaluación, la comprobación y la verificación de los hechos, así como el recapacitar son aquí esenciales. Se trata de una ocasión extraordinaria para dedicar un tiempo adicional a la decisión, preferiblemente antes de que entremos en la cabina electoral o de que entreguemos nuestro voto al presidente de un jurado.
 Todos los hallazgos y resultados que hemos examinado hasta ahora son ejemplos de situaciones en las que influencias inconscientes, emocionales o de otra índole, así como los pasos de un razonamiento inconsciente inciden en el resultado de una tarea. Sin embargo, los sujetos son mucho más conscientes si se les explica cuáles son las premisas de la tarea que han de realizar, al igual que sucede cuando, una vez tomada la decisión, se les informa acerca de cuáles han sido las consecuencias de sus actos. Queda claro que se trata de ejemplos de componentes inconscientes de unas decisiones que, por lo demás, son conscientes. Si bien nos permiten vislumbrar la complejidad y la variedad de los mecanismos que operan detrás de la fachada supuestamente perfecta del control consciente, no por ello ponen en tela de juicio nuestras facultades deliberativas ni nos exoneran de la responsabilidad de nuestros actos.»

    [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Destino, 2010, en traducción de Ferrán Meler Orti, pp. 231-236. ISBN: 978-84-233-4305-8.]

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