domingo, 12 de mayo de 2024

El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso.- Boris Sávinkov (1879-1925)


Borís Sávinkov - Wikipedia, la enciclopedia libre
17 de marzo


 «No sé por qué me he involucrado en actos terroristas, pero sé cuál es la razón que impulsa a muchos otros. Heinrich está convencido de que para conseguir la victoria del socialismo es necesario que se desencadene una campaña de terror. Mataron a la mujer de Fiodor. Erna dice que se siente avergonzada de continuar viva. Vania… Pero dejemos que Vania hable por sí mismo.
 Anoche me llevó por todo Moscú. Quedamos en Sujarevka, en una taberna destartalada. Apareció ataviado con botas altas y un poddiovka*. Ahora lleva la barba cuidadosamente recortada.
 —¿Alguna vez piensas en Cristo? —me pregunta.
 —¿En quién?
 —En Cristo. Dios hecho hombre, Cristo… ¿Alguna vez piensas en la forma que debe adoptar nuestra fe, nuestra vida? Cuando estoy en casa leo los evangelios a menudo, ¿lo sabías? He llegado a la conclusión de que sólo hay dos caminos posibles. En el primero se permite todo, ¿entiendes? Todo. Es el camino de Smerdiakov**. Te sientes capaz de hacer cualquier cosa. Y en ese camino no existe Dios, y Cristo no es más que un hombre, y tampoco existen los sentimientos… Y el otro camino es el camino de Cristo. Es muy sencillo: si eres capaz de amar, si de veras amas con todo tu ser, entonces eres capaz hasta de matar. ¿Lo entiendes?
 Y yo contesté:
 —Uno siempre puede matar.
 —No, no siempre. Matar es un pecado terrible. Pero recuerda que no existe amor más sincero que el de entregar tu alma a tus camaradas. No me refiero a tu vida, sino a tu alma. ¿Lo comprendes? Tienes que ser capaz de aceptar el sufrimiento de la cruz, tienes que decidir hacerlo todo por amor, y como signo de amor. Pero debe ser así, como te digo. Si no cumples estos preceptos, vuelves a ser como Smerdiakov, o al menos a encontrarte en su camino. Así es como rijo yo mi vida. Y, ¿para qué? Es posible que viva cada día esperando la hora de mi muerte. Mi único ruego, Señor, es que se me conceda la muerte en el nombre del amor. En tu caso, en cambio, tus plegarias no incluyen el asesinato. Tú matas, pero luego no te pones a rezar… A pesar de todo, sé que en realidad poseo muy poco amor dentro mí, y que por ello la cruz que cargo es pesada. No te rías —añadió tras un minuto—. ¿Qué tiene esto de divertido? Me limito a explicarte las palabras del Señor, y tú lo único que piensas es que estoy delirando. ¿Me equivoco?
 Permanecí en silencio.
 —Recuerda lo que Juan escribió en el Apocalipsis: “Los hombres buscarán en aquellos días la muerte, y no la hallarán, y desearán morir, y la muerte huirá de ellos”. ¿Qué puede ser peor que la muerte escapándose de ti cuando la llamas y la buscas? Y la buscarás, todos lo haremos. ¿Cómo serías capaz de derramar sangre si no buscaras la muerte? ¿Cómo te resultaría posible vivir al margen de la ley? Porque derramamos sangre, e incumplimos las leyes. Tú no sigues ninguna ley, y la sangre para ti es como el agua. Pero, escúchame, llegará el día en que recordarás estas palabras. Intentarás encontrar el final del túnel, y no serás capaz de hallarlo. La muerte se escapará de ti. Creo en Cristo. Creo en Él. Pero no estoy con Él. No soy digno de estar con Él en la porquería y en la sangre. Pero Cristo, en su misericordia, estará conmigo.
 Lo miré fijamente. Y entonces dije:
 —Entonces no mates. Abandona el terrorismo.
 Vania empalideció:
 —¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo te atreves? Cuando me dispongo a matar mi alma se eleva, pero no puedo hacerlo si no poseo amor. Si la cruz es pesada, álzala aún más. Si el pecado es grande, comételo. Y el Señor sufrirá contigo, y te perdonará.
 “Y te perdonará”, repitió suspirando.
 —Vania, eso no son más que tonterías. No pienses en ello.
 Dejó de hablar.
 Cuando salí a la calle ya me había olvidado de todo lo que me había dicho.
[…]

3 de septiembre

IMPEDIMENTA » El caballo amarillo   Hoy sentenciarán a Vania. Estoy tumbado en un diván, entre almohadas cálidas, en un apartamento de fortuna. Es de noche. La ventana enmarca un firmamento nocturno. En el cielo hay un collar de estrellas. La Osa Mayor.
 Sé que Vania se habrá pasado todo el día echado sobre su litera de la prisión; de cuando en cuando se habrá levantado, se habrá acercado a la mesa y habrá escrito algo. Y ahora la Osa Mayor brilla para él como lo hace para mí. Y, como yo, no podrá dormir.
 Sé otra cosa: mañana mismo ejecutarán la sentencia. El verdugo llegará en su camisa roja, con su túnica y su látigo, atará las manos de Vania detrás de su espalda, y enrollará una cuerda alrededor de su cuerpo. Mientras camine, sus espuelas tintinearán; el vigilante ajustara perezosamente el seguro de su pistola. Las verjas se abrirán… Una neblina caliente colgará sobre el área cubierta de sol, y los pies de Vania trastabillarán sobre la hierba mojada. El este se tornará rosa. Y sobre el cielo rosa pálido, se recorta una estructura alargada y ennegrecida que se eleva. Esto es la horca. Esto es la ley.
Vania será conducido hacia el cadalso. En la penumbra de la mañana su silueta será grisácea, sus ojos y su pelo del mismo color. Hará frío, y Vania se enroscará sobre sí mismo, hundirá sus mejillas profundamente en su cuello echado hacia arriba. A continuación el verdugo se pondrá una máscara y anudará la soga. Una blanca mortaja y el verdugo de rojo en el fondo. De repente, el tambor funeral hará sonar su música monótona con fuerza. Y el cuerpo estará colgado; Vania estará colgado.
 Las almohadas me queman el rostro. Las sábanas se han caído al suelo. No es cómodo estar aquí echado. Veo a Vania, sus ojos alegres, su pelo rizado. Y me pregunto con furia: ¿Por qué las horcas? ¿Por qué la sangre? ¿Por qué la muerte?
 Y de repente recuerdo: «También nosotros debemos ofrecer nuestras vidas por los hermanos». Eso es lo que dijo Vania. Pero Vania no está ya entre nosotros.

5 de septiembre

 Me digo a mí mismo que Vania se ha ido. Son palabras simples, pero no las creo. No puedo creer que Vania ya haya muerto. Llamará a la puerta, entrará en silencio, y le oiré decir, como siempre: «El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor».
 Vania creía en Cristo, yo no. ¿Por qué somos tan diferentes? Yo digo mentiras, espío a la gente y asesino. Vania dijo mentiras, espió a la gente y asesinó. Los dos vivimos rodeados del engaño y la sangre. ¿En el nombre del amor?
 Cristo subió al Gólgota. No mató, le dio la vida a los hombres. No mintió, le dijo a la gente la verdad. No traicionó a los otros, él mismo fue traicionado. Y he aquí la alternativa: o bien el camino hacia Cristo… o como Vania dijo: Smerdiakov… De manera que yo soy Smerdiakov.
 Conozco esta única verdad: Vania ha sido bendecido con la muerte y su calvario es verdadero; esta bendición y esta verdad son cosas que no puedo entender, son incomprensibles. Yo moriré, como él, pero mi muerte será sombría, pues las aguas amargas saben a ajenjo.»

* Tipo de levita propia de los que trabajan en la calle. [N. del T.]
** Personaje de Los hermanos Karamazov de Dostoievski, hijo ilegítimo de Fiodor Karamazov, nihilista y asesino de su padre. [N. del T.]

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Impedimenta, 2009, en traducción de James Womack y Marian Womack, pp. 17-18 y 79-80 . ISBN: 978-84-937110-8-5.]

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