domingo, 21 de enero de 2024

Poesías completas.- Arthur Rimbaud (1854-1891)


Arthur Rimbaud
1.-Versos escolares

A.-Poemas en latín
1.-El sueño del escolar

 «Era la primavera, y Orbilio languidecía en Roma, enfermo, inmóvil:
entonces, las armas de un profesor sin compasión iniciaron una tregua:
los golpes ya no sonaban en mis oídos
y la tralla ya no cruzaba mis miembros con permanente dolor.
Aproveché la ocasión: olvidando, me fui a las campiñas alegres.
Lejos de los estudios y de las preocupaciones, una apacible alegría hizo renacer mi fatigada mente.
Con el pecho hinchado por un desconocido y delicioso contento,
olvidé las lecciones tediosas y los discursos tristes del maestro;
disfrutaba al mirar los campos a lo lejos y los alegres milagros de la tierra primaveral.
Cuando era niño, sólo buscaba los paseos ociosos por el campo:
sentimientos más amplios cabían ahora en mi pequeño pecho;
no sé qué espíritu divino le daba alas a mis sentidos exaltados;
mudos de admiración, mis ojos contemplaban el espectáculo;
en mi pecho nacía el amor por los cálidos campos:
como antaño el anillo de hierro que al amante de Magnesia atrae, con una fuerza secreta, atándolo sin ruido gracias a invisibles ganchos.

 Mientras, con los miembros rotos por mis largos vagabundeos,
me recostaba en las verdes orillas de un río,
adormecido por su suave susurro, llevado por mi pereza y acunado por el concierto de los pájaros y el hálito del aura,
por el valle aéreo llegaron unas palomas,
blanca bandada que traía en sus picos guirnaldas de flores cogidas por Venus,
bien perfumadas, en los huertos de Chipre.
Su enjambre, al volar despacioso, llegó al césped donde yo descansaba, tendido,
y batiendo sus alas a mi alrededor, me rodearon la cabeza, liándome las manos, con una corona de follaje
y, tras coronar mis sienes con ramos de mirto aromado, me alzaron, por los aires, cual levísimo fardo…
Su bandada me llevó por las altas nubes, adormecido bajo una fronda de rosas;
el viento acariciaba con su aliento mi lecho acunado suavemente.
Y en cuanto las palomas llegaron a su morada natal, al pie de una alta montaña,
y se alzaron con un vuelo rápido hasta sus nichos suspendidos,
me dejaron allí, despierto ya, abandonándome.
¡Oh dulce nido de pájaros!…
Una luz restallante de blancura, en tomo a mis hombros, me viste todo el cuerpo con sus rayos purísimos:
luz en nada parecida a la penumbrosa luz que, mezclada con sombras, oscurece nuestras miradas.
Su origen celeste nada tiene en común con la luz de la tierra.
Y una divinidad me sopla en el pecho un algo celeste y desconocido, que corre por mí como un río.

 Y las palomas volvieron trayendo en su pico una corona de laurel trenzada
semejante a la de Apolo cuando pulsa con los dedos las cuerdas;
y cuando con ella me ciñeron la frente,
el cielo se abrió y, ante mis ojos atónitos, volando sobre una nube áurea,
el mismo Febo apareció, ofreciéndome con su mano el plectro armonioso,
y escribió sobre mi cabeza con llama celeste estas palabras:
“SERAS POETA”…
Al oírlo, por mis miembros resbala un calor extraordinario, del mismo modo que, en su puro y luciente cristal, el sol enardece con sus rayos la límpida fuente.
Entonces, también las palomas abandonan su forma anterior:
el coro de las Musas aparece, y suenan suaves melodías;
me levantan con sus blandos brazos,
proclamando por tres veces el presagio y ciñéndome tres veces de laureles.
 
(6 de noviembre de 1868)
RIMBAUD ARTHUR
Nacido en Charleville, el 20 de octubre de 1854
Libre externo del colegio de Charleville […]


II.-Poesías de 1869-1871
23.-Mi bohemia

 Me iba, con los puños en mis bolsillos rotos…
Mi chaleco también se volvía ideal,
andando, al cielo raso, ¡Musa, te era tan fiel!
¡Cuántos grandes amores, ay ay ay, me he soñado!

Mi único pantalón era un enorme siete.
—Pulgarcito que sueña, desgranaba a mi paso
rimas. Y mi posada era la Osa Mayor.
—Mis estrellas temblaban con un dulce frufrú.

Y yo las escuchaba, al borde del camino
cuando caen las tardes de septiembre, sintiendo
el rocío en mi frente, como un vino de vida.

Y rimando, perdido, por las sombras fantásticas,
tensaba los cordones, como si fueran liras,
de mis zapatos rotos, junto a mi corazón. 
[…]

27.-Oración del atardecer

Poesías completas - Ediciones Cátedra Como un ángel sentado en manos de un barbero,
vivo, alzando la jarra de profundos gallones,
combados hipogastrio y cuello, con mi pipa,
bajo un henchido viento de leves veladuras.

Como excrementos cálidos de viejos palomares
mil Sueños me producen suaves quemazones
y mi corazón, triste, se parece a la albura
que ensangrientan los oros ocres que el árbol llora.

Después, tras engullirme mis Sueños con cuidado,
me vuelvo y, tras beberme treinta o cuarenta jarras,
me concentro, soltando mis premuras acérrimas:

manso como el Señor del cedro y del hisopo
meo hacia el pardo cielo, alto, alto, tan lejos…
con el consentimiento de los heliotropos. 
[…]

32.-Los pobres en la Iglesia

 Aparcados en bancos de roble, en los rincones / de la iglesia que entibia su aliento, con los ojos
clavados en el coro dorado, mientras brama / la escolanía cánticos piadosos por sus fauces,

aspirando la cera como un olor de hogaza, / dichosos, humillados, cual perros que apalean,
los pobres del Buen Dios, el patrón y el señor, / ofrecen sus Oremus, irrisorios y obtusos.

¡Está bien ofrecerle bancos lisos a la hembra / después de los seis días en que Dios la maltrata!
Pues acuna, revuelto en extrañas pellizas, / algo parejo a un niño que llora sin cesar.

Con las tetas mugrientas al aire, estas sopistas, / con la oración prendida en ojos que no rezan,
miran a las golfillas de triste pavoneo, / busconas bajo el ala del sombrero deforme.

Fuera, el frío y el hambre y el hombre con su juerga: / ¡pues, vale! una hora más; después males a miles.
—Mientras, en torno a ellas, gime, ganguea, charla / un grupito de viejas con enormes papadas.

Y están los epilépticos y esos despavoridos / que todo el mundo huye en las encrucijadas;
y husmeando gozosos en los viejos misales / esos ciegos que un perro introduce en los patios.

Babeando una fe pordiosera y estúpida, / todos dicen su queja infinita a Jesús
que sueña en lo alto, lívido, por la luz amarilla, / lejos de flacos malos y de malos panzudos,

del olor de la carne y las telas mohosas: / farsa humilde y sombría de gestos asquerosos.
—Y la oración florece con frases escogidas, / y el misticismo adopta matices apremiantes,

cuando en la nave el sol muere, y pliegues de seda / sosos y verdes risas, las damas de los barrios
distinguidos, —¡Jesús!— las enfermas de hígado, / dan a besar sus dedos, en el agua bendita. 
[…]

42.- Vocales
 
 A negro, E blanco, I rojo, U verde, O azul: vocales
algún día diré vuestro nacer latente:
negro corsé velludo de moscas deslumbrantes,
A, al zumbar en torno a atroces pestilencias,

calas de umbría; E, candor de pabellones
y naves, hielo altivo, reyes blancos, umbelas
que tiemblan. I, escupida sangre, risa de ira
en labio bello, en labio ebrio de penitencia;

U, ciclos, vibraciones divinas, verdes mares,
paz de pastos sembrados de animales, de surcos
que la alquimia ha grabado en las frentes que estudian.

O, Clarín sobrehumano preñado de estridencias
extrañas y silencios que cruzan Mundos y Ángeles:
O, Omega, fulgor violeta de Sus Ojos.»


  [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Cátedra, 2005, en traducción de Javier del Prado, pp. 9, 68, 73, 84 y 110. ISBN: 978-84-3761-465-5.]

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