domingo, 21 de julio de 2024

Desarrollo de la capacidad creadora.- Viktor Lowenfeld (1903-1960) y W. Lambert Brittain (1922-1987)

11.- El período de la decisión. El arte de los adolescentes en la escuela secundaria: de 14 a 17 años.               Las bases para el arte en la escuela secundaria.

 «El arte en la escuela secundaria ha tratado de reflejar la opinión que de los adolescentes tiene la sociedad. Hasta cierto punto, el arte en las escuelas se ha visto apartado del mundo real y está frecuentemente vinculado con sucesos que nada tienen que ver con los debates, los problemas sociales, el idealismo ni los deseos de cambios y aun ni con el joven mismo. No hay razón alguna para que no podamos planear un programa de arte que no solamente sea distinto en su naturaleza sino que además proporcione la base necesaria para ayudar a satisfacer las necesidades de esta edad y a propiciar posibilidades para un desarrollo continuo.
 Si se quiere desarrollar un programa de arte que tenga verdadero sentido, debe estar basado en las necesidades de los jóvenes que asisten a estos cursos. Debe brindar la oportunidad para que el adolescente exprese sus sentimientos, emociones y reacciones frente al medio que lo rodea. Debe ser, fundamentalmente, un programa con el que el individuo se sienta compenetrado, en el cual los métodos y materiales estén tan alejados como sea posible de las restricciones ambientales y psicológicas de la escuela y que logre arrastrar al estudiante a un proceso fundamental de creación de un producto con valor realmente utilitario, no sólo para él sino también para la sociedad en general. Este tipo de programas debe confeccionarse teniendo presentes a los jóvenes adultos que se mueven en el mundo de hoy y que se preocupan por él y no orientarse hacia la idea de lograr artistas.
 La vida tranquila, el cuadro pintado a la acuarela, el estampado de los tapizados, o la pequeña escultura de arcilla, pueden no ser suficiente atracción para el joven de hoy. Hay una sensación de necesidad, un sentimiento de compromiso social y un deseo de cambiar las cosas que no pueden verse satisfechos con los típicos proyectos de la escuela secundaria. En gran medida, los proyectos corrientes de la escuela secundaria están dirigidos al autoperfeccionamiento, mientras que la juventud de hoy está mucho más interesada en lograr un efecto sobre la sociedad. El concepto clásico de un artista que pinta para sí mismo en una buhardilla, aislado del mundo, tiene muy poca relación con el adolescente actual. La vida es un desafío y el arte debe proporcionar la oportunidad para aceptarlo.
 No existe arte correcto. Tradicionalmente, el arte ha sido un reflejo de la cultura dentro de la cual se desarrolló. No hay reglas para el éxito artístico, pues las reglas las hace la gente, y ésta cambia constantemente. Para que el arte sea importante debe reflejar al individuo que lo realiza. Esto es tan valedero para el nivel escolar como para el del artista profesional. Hemos hablado de cómo los individuos encaran el arte en distintas formas. Aquellos estudiantes que consideran el arte como una actividad electiva y de reposo, una materia para usar más tarde como "hobby", algo que alivia la tensión de la vida diaria y como un medio de entrar en contacto consigo mismo, tienen evidentemente una variedad de formas de utilizar el arte y una variedad de formas de relacionarse con el mundo a través de los materiales artísticos. Pero lo mismo ocurre con los estudiantes que son considerados "serios". Holtzman y col. (1971) aplicaron un gran número de test perceptivos, de personalidad y cognoscitivos a ochenta y cinco estudiantes universitarios adelantados, considerados por sus profesores como exitosos y poseedores de potencial artístico. Esos estudiantes tenían como principales objetivos el arte abstracto, la arquitectura y el dibujo de ingeniería. Se hallaron diferencias altamente significativas entre los tres grupos, diferencias que llevaron a la conclusión de que dichos grupos tenían formas contrastantes de experiencia visual. Hay, al parecer, tantas formas de expresión artística como estudiantes y no sería sensato valorar una forma de expresión más que otra.
 Constantemente hay a nuestro alrededor problemas relacionados con el arte. Artistas y maestros se lamentan por igual de que vivimos en un mundo que ignora las cualidades básicas de la estética. El diseño parece relegado a un papel secundario en la sociedad si lo comparamos con el dinero, y las artes invariablemente quedan en segunda fila cuando se reclaman cambios. El programa de arte en la escuela secundaria debe ser activo. Los temas deben fundamentarse en algo más que en los archivos del profesor y más allá del ambiente de la escuela; debe ser una parte vital de la propia comunidad.
Trabajar directamente con un material proporciona una gran satisfacción y es una liberación de las presiones de intelectualización que pueden ser sólo una parte de la experiencia para desarrollarse hasta el estado de adulto maduro. La mayor parte del pensamiento que progresa en el ambiente de la escuela está limitado a los tópicos prescritos. Pocas son las oportunidades para tratar temas que pueden ir contra la semitranquilidad de las clases. Raras son las ocasiones que tiene el joven de discrepar o de exponer sus objeciones contra la rutina de la clase. En estas condiciones, la oportunidad para expresar emociones, sentimientos e ideas de rebelión en forma de alguna expresión artística es de enorme importancia. Sin embargo, los cursos de arte no tienen por qué estar reservados a la expresión de resentimientos, puesto que otros sentimientos, como el amor, la admiración por la belleza, la sensibilidad hacia los acontecimientos sociales, son legítimas preocupaciones del arte.
 La base de un programa artístico en los cursos superiores de la escuela secundaria debe ser la misma que se aplica para el individuo en la sociedad. Su propósito debe ser que el estudiante se compenetre totalmente con la cultura en la cual se encuentra, que disponga de un medio de realizar cambios concretos y que se enfrente consigo mismo y con sus necesidades.»

 [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Kapelusz, 1980, en traducción de Iris Ucha de Davie y María Celia Eguibar, pp. 315-317. ISBN: 950-13-6098-9.]

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