domingo, 23 de junio de 2024

Ensayos.- Luigi Pirandello (1867-1936)

 

El humorismo
Primera parte
II.-Cuestiones preliminares

  «Por otra parte, ya nadie se atreve a negar que también los antiguos tenían idea de la profunda infelicidad del hombre. La cual, además, expresaron bien claramente filósofos y poetas. Pero, como de costumbre, también algunos han pretendido ver entre el dolor antiguo y el dolor moderno una diferencia casi sustancial, y han sostenido que existe un lúgubre proceso del dolor que se desarrolla con la misma historia de la civilización, un progreso cuyo fundamento está en la sensibilidad de la conciencia humana, cada vez más delicada, y en su irritabilidad e incontentabilidad, las cuales crecen constantemente.
 Pero esto, si no nos equivocamos, ya lo había dicho, hace montones de años, Salomón. Aumento de ciencia, aumento de dolor. ¿y tenía verdaderamente razón, hace montones de años, Salomón? Está por ver. Si las pasiones, a medida que se refuerzan y afinan, adquieren una mayor especie de atracción y compenetración intercambiables; si con la ayuda de la fantasía y de los sentidos nos adentramos, como dicen, en un "proceso de universalización" cada vez más rápido y avasallador, de modo que en un dolor nos parece sentir varios dolores, todos los dolores, ¿sufrimos verdaderamente por esto más? No, porque este aumento, si acaso, va en demérito de la intensidad. Y por eso Leopardi observaba agudamente que el dolor antiguo era un dolor desesperado, como suele serlo en la naturaleza, como lo es aún en los pueblos bárbaros o semisalvajes o en la gente del campo, es decir, sin el consuelo de la sensibilidad, sin la dulce resignación ante las desventuras.
 Fácilmente, hoy día, a nuestros ojos, si creemos que somos infelices, el mundo se convierte en un teatro de universal infelicidad. Esto quiere decir que, en lugar de hundirnos en nuestro propio dolor, lo ensanchamos, lo difundimos por el universo. Nos arrancamos la espina y nos envolvemos en una nube negra. Crece el aburrimiento pero el dolor se embota y atenúa. Pero, mira por dónde, ¿y aquel tedio de la vida de los contemporáneos de Lucrecio? ¿Y aquella tristeza misantrópica de Timón?
 ¡Oh, vamos! Es realmente inútil hacer alarde de ejemplos y citas. Son cuestiones, disquisiciones, argumentaciones académicas. No hay que buscar muy lejos a la humanidad pasada: está siempre en nosotros, tal cual. Todo lo más, podemos admitir que hoy, gracias a esta -si se quiere- sensibilidad aumentada y gracias al progreso (¡ay!) de la civilización, son más corrientes esas disposiciones del espíritu, esas condiciones de vida que favorecen el fenómeno del humorismo, o mejor dicho, de cierto humorismo; pero es absolutamente arbitrario negar que esas disposiciones existieran o pudieran existir en la antigüedad.
 Por algo Diógenes, con su tonel y su linterna, no es de ayer; y nada hay más serio que lo ridículo ni más ridículo que lo serio. ¿Excepciones, como dice Nencioni y repiten Arcoleo, Aristófanes y Luciano? Entonces, excepciones también Swift y Sterne. Todo el arte humorístico, repetimos, ha sido siempre y sigue siendo arte de excepción.
 Siendo, según esta crítica, diverso el llanto, es también naturalmente diversa la risa de los antiguos.
 Bien conocida es la distinción de Juan Pablo Richter entre cómico clásico y cómico romántico: mofa grosera, sátira vulgar, burla de los vicios y defectos, sin ninguna consideración o piedad, el primero; el segundo, humor, es decir, risa filosófica, entreverada de dolor, porque nace de la comparación del pequeño mundo finito con la idea infinita, risa llena de tolerancia y simpatía.
 Entre nosotros, Leopardi, que siempre sintió nostalgia del pasado y que en los Pensieri di varia filosofia e di bella letteratura subrayó que él sentía el dolor no al modo de los románticos, sino al modo de los antiguos, es decir, el dolor desesperado, defendió también lo cómico antiguo contra lo cómico moderno; lo cómico antiguo, "que era verdaderamente sustancioso, expresaba siempre y ponía ante los ojos, por así decir, un cuerpo de ridículo", mientras que lo cómico moderno es "una sombra, un espíritu, un viento, un soplo, un humo. Aquél llenaba de risa, éste apenas sí la hace saborear; aquél era sólido, éste fugaz; aquél consistía en imágenes, semejanzas, parangones, cuentos, en resumen cosas ridículas; éste consiste en palabras, general y sumariamente hablando, y nace de una especial composición de vocablos, de un equívoco, de determinada alusión verbal, de un jueguecillo de palabras, de una palabra dada precisamente, de manera que si quitamos esas alusiones, descomponemos y ordenamos esas palabras, borramos ese equívoco, sustituimos una palabra por otra, desaparece el ridículo".
 Y cita el ejemplo de Luciano, que compara a los dioses suspendidos del huso de la Parca con los pececillos suspendidos de la caña del pescador. [...]
 En 1899, Alberto Cantoni, agudísimo humorista nuestro (8), que sentía profundamente la disensión interna entre la razón y el sentimiento y sufría por no poder ser ingenuo como su naturaleza le mandaba intensamente, reanudó el tema en una novela corta titulada Humour classico e moderno (9), en la que imagina que un buen viejo rubicundo y jovial, que representa el Humour classico, y un hombrecillo enjuto y circunspecto, con una cara un poco empalagosa y un poco burlona, que representa el Humour moderno, se encuentran en Bérgamo delante del monumento a Gaetano Donizetti, y allí, sin más, se ponen a discutir y luego se desafían, es decir, deciden ir al campo, cerca de allí, a Clusone, donde se celebra una feria, cada uno por su cuenta, como si nunca se hubieran visto y volver por la noche, al mismo sitio, delante del monumento a Donizetti, cada uno con las fugaces y particulares impresiones de su excursión para compararlas entre sí. En lugar de tratar críticamente de la naturaleza, intenciones y sabor del humorismo antiguo y del moderno, Cantoni, en esta novela corta, refiere vivazmente, en un diálogo brioso, las impresiones del viejo jovial y del hombrecillo circunspecto recibidas en la feria de Clusone. Las del primero hubieran podido servir de argumento para un cuento de Boccaccio, de Firenzuola o Bandello; los comentarios y variaciones sentimentales del otro tienen, en cambio, el sabor de los cuentos de Sterne en el Sentimental Journey, o de Heine en los Reisebilder

 (8) Véase sobre él mi ensayo Un critico fantastico, en el volumen Arte e scienza (Roma, W. Modes, etc. 1908)
 (9) Cantoni llama propiamente a esta obra suya grotesca, tal vez por la contaminación de la crítica con el elemento fantástico. 

 [El texto pertenece a la edición en español de Ediciones Guadarrama, 1968, en traducción de José Miguel Velloso, pp. 40-45. Depósito legal: M-23379-1968.]

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