domingo, 7 de abril de 2024

El amigo.- Sigrid Nunez (1951)


Nunez, Sigrid - Editorial Anagrama
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 «Más que escribir sobre lo que sabéis, nos dijiste, escribid sobre lo que veis. Asumid que sabéis muy poco y que nunca sabréis mucho hasta que hayáis aprendido a ver. Llevad una libreta para anotar lo que veis, por ejemplo, cuando salís a la calle.
 Dejé de llevar cualquier tipo de libreta o diario hace mucho tiempo. Ahora lo que me parece ver a menudo cuando salgo a la calle es gente sin hogar o gente que parece tan desamparada que asumo que son personas sin techo. Sin embargo, no es raro ver a una persona así con un teléfono móvil. Y, si no me equivoco, cada vez más tienen mascotas.
 En Broadway, en Astor Place, veo un perro totalmente solo rodeado de distintas pertenencias: una mochila llena, unos cuantos libros de bolsillo, un termo, un saco de dormir, un despertador y algunos contenedores de comida de corcho blanco. Es la ausencia humana lo que hace que la escena sea insoportablemente conmovedora.
 Veo a un borracho que se ha hecho pis encima despatarrado ante un portal. SOY EL ARQUITECTO DE MI PROPIO DESTINO, dice su camiseta. Al lado, un mendigo con un letrero escrito a mano: EN SU DÍA FUI ALGUIEN.
 En una librería: un hombre va de mesa en mesa, cogiendo tal libro y luego tal otro, sin ni siquiera mirarlos después. Lo sigo un rato, curiosa por ver qué libro le dicta comprar este método, pero se marcha de la tienda con las manos vacías.
 Aquí hay algo que no vi pero que habría visto si hubiese doblado la esquina solo unos minutos antes: una persona salta de la ventana de un edificio de oficinas. Cuando llegué, ya habían cubierto el cadáver. Lo único que pude averiguar más tarde fue que era una mujer de cincuenta y tantos. Justo antes del mediodía de un buen día de otoño, en una manzana abarrotada de gente. ¿Cómo hizo sus cálculos, me pregunto, para no chocar contra nadie? O simplemente tuvo…, simplemente tuvimos… suerte.
 Grafiti en el edificio de Filosofía: Una vida con examen tampoco merece la pena ser vivida.
  
 En la ceremonia de un premio literario celebrado en un club privado del Upper East Side. Emerjo del metro en la Quinta Avenida. El club está a seis manzanas. Veo a dos personas que también acaban de salir del metro: una mujer que parece tener sesenta y tantos acompañada de un hombre de la mitad de esa edad. Podrían ir a un millón de sitios en ese barrio, pero me da por pensar que se dirigen a donde yo me dirijo. Cosa que acaba siendo correcta. ¿Qué advertí en ellos? No sabría decirlo. Para mí es un enigma que la gente del mundillo literario sea tan identificable. Como aquella vez que pasé por delante de tres hombres en el reservado de un restaurante de Chelsea y los calé incluso antes de que uno dijese: Esto es lo bueno de escribir para The New Yorker.

 En el buzón, las galeradas de una novela y una carta del editor: Espero que te parezca esta primera novela tan falsamente profunda como a mí.
  
 Notas para clase.
 Todos los escritores son monstruos. Henry de Montherlant.
 Los escritores siempre están vendiendo a alguien. [Escribir] es un acto agresivo, incluso hostil…, la táctica de un maltratador secreto. Joan Didion.
 Todo periodista… sabe… que lo que hace es moralmente indefendible. Janet Malcolm.
 Todo escritor que se precie sabe que solamente una pequeña proporción de la literatura de verdad compensa en parte a las personas por el daño que han sufrido al aprender a leer. Rebecca West.
 Parece no haber remedio para el vicio de la literatura; esos enfermos persisten en el hábito a pesar del hecho de que ya no se deriva ningún placer de ello. W. G. Sebald.
 Cada vez que veía sus libros en un comercio, sentía que se había salido con la suya, dijo John Updike.
 Que también expresó la opinión de que una persona agradable no se convertiría en escritor.
 El problema de la baja autoestima.
 El problema de la vergüenza.
 El problema del desprecio hacia uno mismo.
 Una vez lo dijiste así: Cuando estoy tan harto de algo que estoy escribiendo que decido dejarlo y, luego, más adelante, siento irresistibles ganas de volver a ello, siempre pienso: Como un perro hacia su vómito.
 Si alguien me pregunta de qué doy clase, dice uno de mis colegas, por qué nunca puedo decir “escritura” sin sentirme avergonzado.
    
El amigo - Nunez, Sigrid - 978-84-339-8038-0 - Editorial Anagrama Horas de oficina. El estudiante se refiere a cierto hecho de su vida y dice: Pero esto usted ya lo sabía. No, le digo, no lo sabía. Parece molesto. ¿Qué quiere decir? ¿No leyó mi relato? Le explico que nunca asumo automáticamente que una obra de ficción sea autobiográfica. Cuando le pregunto por qué piensa que yo debería saber que él estaba escribiendo sobre sí mismo, se muestra confundido y dice: ¿Sobre quién más podría estar escribiendo?
  
 Una amiga mía que está escribiendo unas memorias dice: Odio la idea de escribir como una especie de catarsis, porque parece imposible que eso genere un buen libro.
  
 No puedes esperar consolarte de tu dolor escribiendo, advierte Natalia Ginzburg.
 Recurramos entonces a Isak Dinesen, que creía que cualquier pena se podía hacer soportable metiéndola en un relato o contando una historia sobre ella.
  
 Supongo que yo hice hacia mí misma lo que los psicoanalistas hacen por sus pacientes. Expresé alguna emoción duradera y profunda. Y, al expresarla, la expliqué y la dejé descansar. Woolf está hablando de escribir acerca de su madre, ya que los pensamientos sobre ella la habían obsesionado entre los trece (su edad cuando su madre murió) y los cuarenta y cuatro, cuando, en un gran ataque aparentemente involuntario, escribió Al faro. Tras cuya escritura, la obsesión cesó: Ya no oigo su voz; ya no la veo.

 P. ¿La eficacia de la catarsis depende de la calidad de la escritura? Y si alguien llega a la catarsis por escribir un libro, ¿es relevante o no que el libro sea bueno?
 Mi amiga también está escribiendo acerca de su madre.
 A los escritores les encanta citar a Miłosz: Cuando en el seno de una familia nace un escritor, la familia termina.
 Cuando metí a mi madre en una novela, nunca me lo perdonó.
 Nada que ver con, pongamos, Toni Morrison, a la que le parecía que basar un personaje en una persona real era violar los derechos de autor. Una persona es dueña de su vida, dice. No ha de usarse en la ficción.
  
 En un libro que estoy leyendo el autor habla de gente de palabras en oposición a gente de puños. Como si las palabras no pudieran también ser puños. O no fuesen a menudo puños.
 Un tema importante en la obra de Christa Wolf es el miedo a que escribir acerca de alguien sea una manera de matar a esa persona. Transformar la vida de alguien en una historia es como convertir a esa persona en una estatua de sal. En una novela autobiográfica, Wolf describe un sueño recurrente de infancia en el que ella mata a su madre y a su padre escribiendo sobre ellos. El remordimiento por ser escritora la persiguió toda su vida.
  
 Me pregunto cuántos psicoanalistas realmente hacen por sus pacientes lo que Woolf hizo por sí misma. Apuesto a que no muchos.
  
 Podrán desacreditar las ideas de Freud a su capricho, decías, pero nadie osará decir que el tipo no era un gran escritor.
 ¿Freud fue una persona real?, oí preguntar a un alumno una vez.
 Fue un psicoanalista, por supuesto, quien dio con la expresión bloqueo del escritor. Edmund Bergler, como Freud, judío austriaco, fue seguidor de las teorías freudianas. Según la Wikipedia, Bergler creía que el masoquismo era la causa de todas las demás neurosis humanas, que lo único peor que la inhumanidad de unas personas hacia otras era la inhumanidad del hombre hacia sí mismo.
 (Pero una escritora tiene ración doble, dijo Edna O’Brien: el masoquismo de mujer y el de la artista.)»

  [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 2019, en traducción de Mercedes Cebrián, pp. 38-40. ISBN: 978-84-339-4047-6.]

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