domingo, 18 de diciembre de 2022

Microcosmos.- Claudio Magris (1939)


Snapshots' ('Istantanee'), by Claudio Magris | UntitledXXI&Friends
Colina


  «En Revigliasco, donde D’Azeglio, de joven, se enzarzaba a puñetazos con su preceptor el padre Andreis y más tarde el cuadrumviro De Vecchi se establecía en una hermosa villa. En la plazoleta del padre Girotto, un ángel sin cabeza, en los aledaños de la iglesia parroquial, le da la espalda a la Virgen, con evidente desgana de darle el anuncio que cambiará la historia del mundo. Ya no existe en cambio el puentecillo, pintiparado para el modesto regato, que estaba dedicado también al padre Girotto y ha sido derribado por el curso del progreso. Revigliasco sigue siendo “lugar de aire perfectísimo”, como lo definía un informe de los Ejercicios Espirituales de 1760, y ha tenido, también por ello, un floreciente desarrollo; no es raro pues que la construcción de una carretera más ancha haya eliminado el mísero puente. Por desgracia la Historia, para facilitar el acceso a las nuevas villas de la colina, ha pasado descuidadamente incluso sobre la placa que indicaba el nombre del puente.
  Aquella inscripción —de cuya existencia da testimonio también el señor Felice, carpintero de Revigliasco enamorado de cada una de las piedras de su pueblo— resumía en una síntesis épica, como una lápida funeraria, la vida del personaje al que estaba dedicado el puente. Como enseña Spoon River, la inscripción de las tumbas es la lacónica novela de la vida de un hombre, el epitafio que encierra su significado. Probablemente cada uno compone, con los gestos de su existencia, una única poesía y la lápida que la condensa, la transcribe y la confía a esa voluminosa e interminable opera omnia que está constituida por los cementerios.
  Tenía que dar envidia la persona a la que estaba dedicada esa desaparecida placa de Revigliasco, que decía: “Puente padre Girotto, 1857-1943 / Filósofo-Latinista-Enólogo / Durante 52 años arcipreste de Revigliasco”. Aquel trinomio (Filósofo-Latinista-Enólogo) es un monumento al padre Girotto aún más expresivo, en su concisión, que su autobiografía y sus memorables dichos, recogidos y publicados por su sucesor y bien presentes, igual que toda su personalidad, en la memoria de la gente de la colina.
  La Filosofía, para el arcipreste de Revigliasco, parece haber sido sobre todo humor, ironía, sentido de la pequeñez de todas las cosas finitas —y también de uno mismo— respecto al gran fondo del infinito, contra el que se sitúa toda experiencia humana. Este sentimiento permite no tomarse demasiado en serio, y libera por consiguiente de los venenos de la inseguridad y la soberbia, pero permite asimismo no tomar demasiado en serio ninguna pretendida grandeza y libera por tanto del miedo; ante lo eterno, todo parece pequeño pero, en su pequeñez, de igual dignidad respecto a cualquier otra cosa, aun a las que ostentan un poder amenazador. La ironía se convierte en amorosa e inflexible defensa de toda criatura, hasta de la más débil y escondida, contra la vacua pompa del mundo que la quiere aplastar.
  Las anécdotas del padre Girotto —sus “amenidades” recogidas por el padre Nicola Cuniberti— ilustran su genio bonachón y mordaz, el lenguaje franco e irreverente de su célebre boletín que turbaba a sus superiores, sus picantes y salaces respuestas a los jerarcas fascistas, su desenvuelta confianza con la humilde, buena y porfiada realidad del cuerpo, de la elemental vida física; la piedad del párroco cariñoso y lenguaraz era sobre todo falta de “respeto humano”, ese desparpajo religioso que es a menudo la antítesis del espíritu burgués.
  El editor de sus amenidades desaconsejaba la lectura “a las personas de delicada conciencia”, que podrían escandalizarse de sus ocurrencias o de su relato del accidente que tuvo durante una peregrinación a Lourdes, cuando, al levantarse de la cama a causa de un ataque de neuritis en la pierna, resbaló en el suelo dándose dos batacazos en la cabeza.
  Pequeño, delgado y descuidado, con un rostro enjuto que parecía el retrato de la tierra piamontesa y de su vino, el padre Girotto era digno de sus parroquianos, esos habitantes de Revigliasco que el Casalis, en su Dizionario Storico-Geografico, describía como “robustos y fuertes, bien formados, sanos, longevos, comedidos y laboriosos”. Poeta de la existencia y naturalmente maestro en el difícil arte de ser alegre, el arcipreste de Revigliasco era un verdadero pastor de su grey, en años atormentados y de tumultuosas transformaciones sociales; era sencillo como una paloma, pero también avisado y perspicaz como una serpiente, porque el pastor, para defender a su grey, tiene que saber que los débiles y los pobres se encuentran en el mundo como ovejas en medio de los lobos y tiene que saber por lo tanto reconocer a los lobos y saberles dar, cuando sea el caso, un buen estacazo. En el pueblo se recuerda no solo su generosidad sino también la paradójica discreción con laque, cuando llegaba el tiempo de la cosecha, se ausentaba, con el objeto de que los campesinos que trabajaban la tierra de la parroquia pudieran robar sin azoro.
  Filósofo, Latinista, Enólogo: su secreto está tal vez en estas tres palabras. Todavía hoy, en el oratorio que lleva su nombre, imperan en bancos y estantes varias botellas de los épicos vinos tintos piamonteses. Probablemente el trait d’union entre los tres términos, el nexo que los mantiene unidos, es el que, no en balde, el genial y desconocido autor de la placa sitúa justamente en el centro: Latinista. El latín, para el arcipreste, era el latinorum del seminario, el lenguaje que invitaba a los fieles a las funciones religiosas y los devolvía a casa acabada la función; era sobre todo la claridad clásica, la sintaxis que jerarquiza el caótico polvillo del mundo y pone las cosas en su sitio, el sujeto en nominativo y el complemento directo en acusativo; era el orden lógico y moral que clasifica, singulariza, define, juzga, distingue los pecados veniales de los mortales, las sombras de los pensamientos inciertos de los propósitos determinados, las acciones de los fantasmas. En aquella simetría había sitio para todo, para las verdades reveladas y para las buenas botellas, para el transcurso de las estaciones y para las transformaciones de usos y costumbres, para los episodios edificantes de las vidas de los santos y para la épica escondida en el grano de trigo que madura, para la geométrica estructura cristalina del copo de nieve y para su disolución en la nada.
Microcosmos - Magris, Claudio - 978-84-339-0889-6 - Editorial Anagrama  Esa lengua muerta desde hace siglos era también la lengua de la ironía, de lo que existe solo en la palabra y se hace amar y respetar por su gratuita y ampulosa irrealidad, de la que afectuosamente se sonríe. El latinista enólogo sabía probablemente que la lisa superficie de aquel latín se parecía al sabor del barbera y el dolcetto, tan rápido en deslizarse en el vaso y en la garganta y digno del cuidado y la solvencia que él dedicaba a los dones de la vid, con una simbiosis de teología y enología no rara en estas colinas, si ya en tiempos el teólogo Allasia había obtenido el privilegio real de llevar a la plaza Carlina, en exclusiva, el vino de su producción.
 Otro impenitente piamontés, el germanista Giovanni Vittorio Amoretti, contaba que, durante el bachiller, estudiaba en un colegio de Escolapios, donde se hablaba solo latín y estaba en vigor una rígida disciplina, que él por lo demás eludía, escapándose por la ventana con una sábana para ir de vinos. Una noche, a la vuelta, le oyó el Padre Guardián; oculto en vano detrás de un seto, tuvo que salir, a la perentoria conminación de “Amorette, veni foras!”. Preguntado —en latín— por el Padre Superior, se le trabó la lengua porque no se acordaba de cómo se decía “sábana” en la lengua de Roma y entonces el Padre Superior le infligió un pequeño castigo, no por la escapadita, dijo deplorable pero disculpable habida cuenta de la edad, sino por haber ignorado el nombre latino de la sábana, a la que debía sus travesuras —la oración es asimismo atención a las cosas, gratitud por lo creado.
  Ciencia del latín y ciencia del vino se convertían, para el padre Girotto, en sabiduría filosófica, arte de pasar amablemente por la tierra como huéspedes. En latín escribía dísticos celebrativos de su pueblo natal, Orbassano, y su polenta; los arcos de la sintaxis latina, bajo los cuales confluía en maliciosa inocencia el absurdo de lo real, semejaban a la inefable y circunspecta objetividad con la que el biógrafo del padre Girotto, el padre Cuniberti, registraba, en una docta obrita, las seculares rivalidades entre Revigliasco y la cercana Pecetto. “Este rencor entre los dos pueblos”, escribía tranquilamente el reverendo, “explotaba como si de un deber se tratase el día más sagrado del año: después de los oficios del Viernes Santo los muchachos salían de sus respectivas Parroquias y se llegaban a sendas orillas del torrente Gariglia, donde tenía lugar la tradicional pedrea, que se saldaba con heridos y contusionados de ambas partes”.
  Enología y amor al latín, solícita caridad hacia el prójimo y conciencia de la comicidad de la existencia, fe y desencanto confluían en una filosofía amable y vigorosa. Las “amenidades” del padre Girotto revelan la libertad de una persona que ha comprendido cómo las diferencias de grandeza o inteligencia entre los hombres, entre un genio universal y un pobre diablo, parecen enormes, pero son en realidad milimétricas respecto a la muerte, al dolor, a la guerra y a la incapacidad incluso para un genio de preverla e impedirla, al insomnio, a la miseria, al dolor de muelas. Ante la simple realidad del ir viviendo, la excepcional prestación de un genio es como el notabilísimo salto de una pulga respecto al Himalaya.
  Con esta filosofía, es menos arduo mirar cara a cara a la muerte. Su sucesor, de un evidente gusto hamletiano y barroco, amaba la calavera admonitoria que, en el jardín contiguo al oratorio, enseña al visitante la inscripción: “Era como tú, serás como yo”. Con otro espíritu, el padre Girotto, a sus ochenta y seis años y en ocasión de celebrar en la iglesia poco antes de morir el día de los difuntos, había dicho: “Ahora me toca a mí”, mas había añadido: “pero no me enfado si alguien quiere pasar delante”.»
  
    [El texto pertenece a la edición en español de Editorial Anagrama, 1999, traducción de José Ángel González Sainz,  pp. 116-120. ISBN: 978-84-339-0889-6.]

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