«Un conocido, un colega escritor, el pensador liberal Maurie Leonard, se le acercó. Aunque hombre alto y ancho de pecho y hombros, Maurie tenía una postura tan terrible de oficinista encorvado sobre su mesa que todo efecto de fuerza quedaba limitado a su voz, que sonaba como un chirrido acuciante. Metal sobre metal. Mente sobre materia.
-Vaya chabola, ¿eh? -dijo-. Sabes cómo Hyde ha hecho dinero, ¿verdad?
Un radical, más que un liberal, cuyas columnas bisemanales deploraban los funcionarios electos y cuyos ensayos encuadernados se retiraban de los anaqueles de las bibliotecas de instituto, Maurie todavía experimentaba un inocente y orgulloso regocijo en las obras atroces del capitalismo.
-No. ¿Cómo?
-¡Programas de juegos! ¡Hyde-Juega al escondite! (1) -Maurie emitió estas palabras con un júbilo que le apretó fuertemente las mejillas contra los ojos, de órbitas tan arrugadas como nueces-. ¿No has oído hablar de ellos? ¡Cristo, si acabas de escribir un libro entero sobre la industria de la televisión!
-Eso era ficción -dijo Bech.
Maurie también ejerció presión sobre la piel situada encima del codo de Bech, murmurando confidencialmente:
-Nadie lo diría al mirar a ese cabrón tan tieso, pero Hyde es un genio. Es como Hitler; va por delante de ti en la peor cosa que se te ocurra pensar de él. ¿Sabes cuál ha sido su última ocurrencia?
-No -respondió Bech, empezando a desear que aquel pasaje prescindiera del diálogo en favor de una simple forma expositoria.
-¡Combates de barro! -chirrió Maurie, y una docena de arrugas subieron en abanico desde cada recoveco externo de sus ojos tartáricos, curtidos por la vida callejera-. En bikini, ahí mismo, en la teletonta. Y nada de furcias típicas, sino la vecinita de al lado; van al programa con sus maridos, madres y malditos profesores de gimnasia y cuentan que quieren ganar por su ciudad y Jesucristo y la American Legion, y lo siguiente que ves es que ahí la tienes, zurrando a otra tía con el puño embarrado y dándole un mordisco en el culo. ¡Cristo!, es maravilloso. Una, o las dos, caen y es como si estuvieran follando en cueros vivos. Los miércoles a las cinco y media, justo antes de las noticias, y lo vuelven a dar el sábado a medianoche, para parejas en la cama. Bech, te apuesto a que no puedes verlo sin empalmarte.
Este hombre ama a Norteamérica, pensó Bech, y escribe como si la odiara.
-Dinero fácil -dijo en voz alta.
-No te imaginas cuánto. Si este sitio te parece lujoso, deberías ver la casa de campo de Hyde en Amagansett. Y su granja de caballos en Connecticut.
-Así que lo que he escrito es cierto -dijo Bech como para sí.
-En todo caso, te quedaste corto -le aseguró Leonard, ahora implicando hasta a sus mismas orejas en los pliegues crecientes de felicidad, de modo que en sus amplios lóbulos peludos se formaron huecos.
-¡Qué triste! -dijo Bech-. ¿De qué sirve la ficción?
-Acelera la revolución -proclamó Leonard, y a modo de despedida, con las palmas levantadas-: ¡El año que viene en Jerusalén!
Bech necesitó otra copa. El piano y el arpa estaban interpretando "Escarcha, el muñeco de nieve" y luego el arpa sola atacó "El humo entra en tus ojos". La blancura estaba llenando la habitación, como un baño de vapor. En el borde de la multitud en torno al bar, una chica de 1'80, con un camisón de Dior lleno de volantes, entregó a Bech su copa vacía y le pidió que le trajera un spritzer Chablis. Él hizo lo que le había pedido y cuando volvió a su lado vio que ella tenía un leotardo color chocolate debajo del camisón. El rojo de su pelo era irreal y abundante y le caía hasta los hombros en un bucle ceroso a lo Ginger Rogers; tenía el flequillo igualado con sus rectas cejas negras. Era pesada toda ella, notó Bech, pero atractiva, con una mirada marmórea sin humor.
-¿Eres la mujer de quién? -le preguntó Bech.
-Eso es una actitud machista.
-Sólo trataba de ser cortés.
-De nadie. ¿De quién eres el marido?
-De nadie. En un sentido.
-¿Sí? Dime en qué sentido.
-Sigo estando casado, pero nos hemos separado.
-¿Qué os ha separado?
-No lo sé. Creo que yo era malo para su ego. Supongo que ahora las mujeres necesitan hacer algo por su cuenta. Como has insinuado antes.
-Sí.
La pronunciación de la chica era absolutamente neutra, a medio camino entre el asentimiento y un gruñido.
-¿Qué haces tú, entonces?
-Aah. He hecho un combate en el programa de Hendy.»
(1) Juego de palabras entre el apellido Hyde y la expresión Hide-and-seek, que significa el juego del escondite.
[El texto pertenece a la edición en español de Editorial Argos Vergara, 1983, en traducción de Jaime Zulaika, pp. 201-204. ISBN: 84-7178-603-6.]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Realiza tu comentario: