miércoles, 29 de septiembre de 2021

Lo que no podemos saber.- Marcus du Sautoy (1965)


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Sexta frontera: el robot parlante

¿Es mi gato consciente?

  «Por ejemplo, a pesar de todos los esfuerzos que el robot parlante ha hecho para convencerme de lo contrario, no creo que mi teléfono móvil sea consciente, como tampoco creo que lo sea la silla sobre la que estoy sentado. ¿Y los animales? Antes de irse de casa, mi gato blanco y negro Freddy se sentaba en mi despacho y hacía vida relajada mientras yo sudaba escribiendo cosas de matemáticas. Pero ¿tenía conciencia de sí mismo? ¿Y los bebés? Según fueron creciendo mis hijos, sus cerebros evolucionaron, y con ellos sus conciencias y su sentido de la autopercepción cambió. ¿Será que podemos identificar diferentes niveles de conciencia? ¿Hay umbrales en el desarrollo del cerebro a partir de los cuales emergen diferentes estados de conciencia?
 Por supuesto, preguntar a un animal como mi gato sobre su mundo interno supone un grave problema. A finales de la década de 1960, Gordon Gallup, especialista en comportamiento animal, se estaba afeitando frente al espejo, ponderando la cuestión de cómo evaluar la autopercepción en los animales, cuando tuvo repentinamente una idea. Él era consciente de que la cara que veía en el espejo era la suya pero se preguntó qué animales saben que lo que ven en un espejo no es otro animal, sino una imagen de ellos mismos.
 Una revisión de unos cuantos vídeos de gatos, entre los casi infinitos que hay en Internet, revela que éstos tienden a pensar que la imagen que les devuelve un espejo corresponde a un gato rival presente en la habitación. Pero ¿cómo podemos estar seguros de que un animal se da cuenta de que la imagen que ve es la suya? Gallup descubrió un método muy fiable para comprobar qué especies se reconocen a sí mismas en el espejo, lo que a su vez indica que tienen efectivamente un sentido de ser ellas mismas.
 Su método es sencillo. Se coloca al animal ante el espejo hasta que se familiariza con su reflejo. (Hay grabaciones fascinantes de chimpancés que danzan excitados a la vez que su reflejo en el espejo. Pero ¿piensan que bailan con otro chimpancé o se admiran de sus propios movimientos?) En un momento dado, el experimentador aparta al animal, y a la vez que le frota la cara, le pinta subrepticiamente una marca roja debajo del ojo, de modo que el animal no se percata de la marca y solamente puede percibirla si se mira en el espejo. Gallup quería saber cómo reaccionaría ahora el animal al ver su imagen en el espejo.
 Si uno de nosotros se mira en el espejo y ve algo extraño en la mejilla, su reacción inmediata es tocar la marca para investigar qué puede ser. La prueba del espejo de Gallup, como se ha dado en llamar, revela el asombroso hecho de que los humanos formamos parte de un grupo muy pequeño de animales que pasan sistemáticamente este test de conciencia o autopercepción. Gallup solamente encontró otras dos especies que reaccionaban de un modo parecido a los humanos: los orangutanes y los chimpancés. Una tercera especie se añadió a la lista después de la publicación en 2001 del trabajo de investigación de Diana Reiss y Lori Marino sobre los delfines nariz de botella.
 Aunque los delfines no tienen manos con las que tocarse la marca, pasaban mucho más tiempo frente a sus imágenes en el espejo, dentro de la piscina, cuando habían sido marcados. No manifestaban ningún interés por las marcas de otros delfines que compartían con ellos la piscina, lo cual apuntaba a que tenían cierta conciencia de que el delfín que veían en el espejo no era simplemente otro delfín. Además de los orangutanes, los chimpancés y los delfines, hay indicios sólidos de que otros animales han superado individualmente la prueba, como una urraca inteligente y un elefante. Pero ciertamente, no hay ninguna otra especie que supere la prueba de modo sistemático.
 Resulta chocante que los chimpancés empiecen a fallar en la prueba cuando alcanzan los treinta años, a pesar de que todavía les quedan diez o quince de vida. La razón podría ser que la conciencia de ser uno mismo tiene un precio. La conciencia le permite al cerebro embarcarse en viajes de tiempo mentales. Se puede pensar en uno mismo en el pasado y también proyectarse al futuro. Por eso Gallup cree que en la última etapa de su vida los chimpancés prefieren perder esa habilidad de ser conscientes de ellos mismos. El precio que se paga por ser consciente de la propia existencia es que hay que enfrentarse a la inevitabilidad del futuro fallecimiento. La conciencia de la muerte es el precio que pagamos por ser conscientes de nuestra identidad. Esto plantea la interesante cuestión de si la demencia en los seres humanos desempeña un papel parecido, protegiendo a los humanos de edad avanzada del doloroso reconocimiento de su muerte inminente.
 Por supuesto, la prueba del espejo es un modo de medir la conciencia muy tosco. Tiene un sesgo hacia las especies con el sentido de la vista muy desarrollado. Los perros, por ejemplo, no tienen muy buena visión, sino que se sirven del olfato para reconocer a otros perros, así que no se podía esperar que un perro pasase una prueba de autoconciencia aunque tuviera un sentido de sí mismo igual de bien desarrollado. Incluso en aquellas especies para las que la vista es el sentido primordial a la hora de relacionarse con el mundo, se trata de una prueba de autoconciencia muy rudimentaria. No obstante, tiene consecuencias sorprendentes cuando se aplica a los seres humanos ya que puede ser usada para descubrir cuándo el cerebro sufre la transformación que hace que empiece a reconocer su propia imagen en el espejo.
Lo Que No Podemos Saber - Du Sautoy Marcus (Libro) No creo que mis hijos, cuando eran bebés, tuvieran el mismo sentido de sí mismos que tienen ahora. Pero ¿en qué momento hubieran empezado a reaccionar como los chimpancés a una marca hecha subrepticiamente sobre su cara? Resulta que un niño de dieciséis meses sigue jugando enfrente del espejo ajeno totalmente a la nueva marca, aunque podría alargar la mano hasta el espejo para investigar esa imagen algo inusual.
 Pero si colocamos a un niño de veinticuatro meses frente al espejo, veremos que se lleva la mano a la cara inmediatamente para explorar esa mancha extraña. Esta reacción enérgica indica que el niño de veinticuatro meses reconoce la imagen y piensa: “ése soy yo”. Algo ocurre en el cerebro durante su desarrollo que provoca que se haga autoconsciente, pero qué es exactamente sigue siendo un misterio.
 Si la conciencia surge en los humanos a los dieciocho-veinticuatro meses, podemos hacernos la misma pregunta a escala cósmica: ¿cuándo surgió la conciencia por primera vez en el universo? Seguramente nada pudo evolucionar tanto como para ser considerado consciente al poco tiempo de la Gran Explosión. Así que debió de haber un momento en el que se produjo la primera experiencia consciente. De modo que la consciencia probablemente tiene una naturaleza distinta a la gravedad o el tiempo, aunque todavía sigue estudiándose hasta qué punto aquélla es una noción emergente o fundamental.
 El psicológo estadounidense Julian Jaynes, fallecido en 1997, propuso la hipótesis de que la surgimiento de la conciencia en los seres humanos puede ayudar a explicar la creación del concepto de Dios. La evolución de la conciencia trajo aparejada la sensación progresiva de que había una voz en nuestras cabezas. Quizá, sugirió Jaynes, Dios apareció al tratar de dar un sentido a este incipiente mundo interior.
 Al leer estas palabras, el lector probablemente tendrá la sensación de que resuenen en su cabeza. Esto es parte de nuestro mundo consciente. Aunque dichas palabras no suenan en alto ni son oídas por otras personas, forman parte de nuestro mundo consciente y son solamente nuestras. Jaynes creyó que, al evolucionar y surgir la conciencia, la impresión que supuso esa voz dentro de nuestras cabezas podría haber dado origen a la idea de una inteligencia trascendente, algo que no es de este mundo, y que esto condujo al cerebro a interpretarla como la voz de Dios.
 Esta idea de que nuestro mundo interior está próximo al concepto trascendente de Dios es central en muchas prácticas religiosas orientales, incluida la tradición védica. Brahman, el ser trascendente supremo de la religión hindú, se suele identificar con ätman o el concepto de uno mismo.
 Como dato curioso, Jaynes creyó que podemos datar de hecho el nacimiento de la conciencia en la evolución humana. Él lo sitúa en algún punto del siglo VIII a.C., entre la creación de la Ilíada y la de la Odisea de Homero. En la Ilíada no hay rastro de mundo interior en los protagonistas, ni de introspección o de conciencia. Los personajes del asedio de Troya actúan simplemente movidos por los dioses. En la Odisea, por el contrario, vemos que Odiseo es claramente introspectivo, consciente de sí mismo, consciente de un modo nuevo muy diferente al de los personajes de la Ilíada

     [El texto pertenece a la ediicón en español de Editorial Acantilado, 2018, en traducción de Eugenio Jesús Gómez Ayala, pp. 398-403. ISBN: 978-84-16748-89-1.]

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