Sexta frontera: el
robot parlante
¿Es mi gato
consciente?
«Por ejemplo, a pesar de todos los esfuerzos
que el robot parlante ha hecho para convencerme de lo contrario, no creo que mi
teléfono móvil sea consciente, como tampoco creo que lo sea la silla sobre la
que estoy sentado. ¿Y los animales? Antes de irse de casa, mi gato blanco y
negro Freddy se sentaba en mi
despacho y hacía vida relajada mientras yo sudaba escribiendo cosas de
matemáticas. Pero ¿tenía conciencia de sí mismo? ¿Y los bebés? Según fueron
creciendo mis hijos, sus cerebros evolucionaron, y con ellos sus conciencias y
su sentido de la autopercepción cambió. ¿Será que podemos identificar
diferentes niveles de conciencia? ¿Hay umbrales en el desarrollo del cerebro a
partir de los cuales emergen diferentes estados de conciencia?
Por supuesto, preguntar a un animal como mi
gato sobre su mundo interno supone un grave problema. A finales de la década de
1960, Gordon Gallup, especialista en comportamiento animal, se estaba afeitando
frente al espejo, ponderando la cuestión de cómo evaluar la autopercepción en
los animales, cuando tuvo repentinamente una idea. Él era consciente de que la
cara que veía en el espejo era la suya pero se preguntó qué animales saben que
lo que ven en un espejo no es otro animal, sino una imagen de ellos mismos.
Una revisión de unos cuantos vídeos de gatos,
entre los casi infinitos que hay en Internet, revela que éstos tienden a pensar
que la imagen que les devuelve un espejo corresponde a un gato rival presente
en la habitación. Pero ¿cómo podemos estar seguros de que un animal se da
cuenta de que la imagen que ve es la suya? Gallup descubrió un método muy
fiable para comprobar qué especies se reconocen a sí mismas en el espejo, lo
que a su vez indica que tienen efectivamente un sentido de ser ellas mismas.
Su método es sencillo. Se coloca al animal
ante el espejo hasta que se familiariza con su reflejo. (Hay grabaciones
fascinantes de chimpancés que danzan excitados a la vez que su reflejo en el
espejo. Pero ¿piensan que bailan con otro chimpancé o se admiran de sus propios
movimientos?) En un momento dado, el experimentador aparta al animal, y a la
vez que le frota la cara, le pinta subrepticiamente una marca roja debajo del ojo,
de modo que el animal no se percata de la marca y solamente puede percibirla si
se mira en el espejo. Gallup quería saber cómo reaccionaría ahora el animal al
ver su imagen en el espejo.
Si uno de nosotros se mira en el espejo y ve
algo extraño en la mejilla, su reacción inmediata es tocar la marca para
investigar qué puede ser. La prueba del espejo de Gallup, como se ha dado en
llamar, revela el asombroso hecho de que los humanos formamos parte de un grupo
muy pequeño de animales que pasan sistemáticamente este test de conciencia o
autopercepción. Gallup solamente encontró otras dos especies que reaccionaban
de un modo parecido a los humanos: los orangutanes y los chimpancés. Una
tercera especie se añadió a la lista después de la publicación en 2001 del
trabajo de investigación de Diana Reiss y Lori Marino sobre los delfines nariz
de botella.
Aunque los delfines no tienen manos con las
que tocarse la marca, pasaban mucho más tiempo frente a sus imágenes en el
espejo, dentro de la piscina, cuando habían sido marcados. No manifestaban
ningún interés por las marcas de otros delfines que compartían con ellos la
piscina, lo cual apuntaba a que tenían cierta conciencia de que el delfín que
veían en el espejo no era simplemente otro delfín. Además de los orangutanes,
los chimpancés y los delfines, hay indicios sólidos de que otros animales han
superado individualmente la prueba, como una urraca inteligente y un elefante.
Pero ciertamente, no hay ninguna otra especie que supere la prueba de modo
sistemático.
Resulta chocante que los chimpancés empiecen a
fallar en la prueba cuando alcanzan los treinta años, a pesar de que todavía
les quedan diez o quince de vida. La razón podría ser que la conciencia de ser
uno mismo tiene un precio. La conciencia le permite al cerebro embarcarse en
viajes de tiempo mentales. Se puede pensar en uno mismo en el pasado y también
proyectarse al futuro. Por eso Gallup cree que en la última etapa de su vida
los chimpancés prefieren perder esa habilidad de ser conscientes de ellos mismos.
El precio que se paga por ser consciente de la propia existencia es que hay que
enfrentarse a la inevitabilidad del futuro fallecimiento. La conciencia de la
muerte es el precio que pagamos por ser conscientes de nuestra identidad. Esto
plantea la interesante cuestión de si la demencia en los seres humanos
desempeña un papel parecido, protegiendo a los humanos de edad avanzada del
doloroso reconocimiento de su muerte inminente.
Por supuesto, la prueba del espejo es un modo
de medir la conciencia muy tosco. Tiene un sesgo hacia las especies con el
sentido de la vista muy desarrollado. Los perros, por ejemplo, no tienen muy
buena visión, sino que se sirven del olfato para reconocer a otros perros, así
que no se podía esperar que un perro pasase una prueba de autoconciencia aunque
tuviera un sentido de sí mismo igual de bien desarrollado. Incluso en aquellas
especies para las que la vista es el sentido primordial a la hora de
relacionarse con el mundo, se trata de una prueba de autoconciencia muy rudimentaria.
No obstante, tiene consecuencias sorprendentes cuando se aplica a los seres
humanos ya que puede ser usada para descubrir cuándo el cerebro sufre la
transformación que hace que empiece a reconocer su propia imagen en el espejo.
No creo que mis hijos, cuando eran bebés,
tuvieran el mismo sentido de sí mismos que tienen ahora. Pero ¿en qué momento
hubieran empezado a reaccionar como los chimpancés a una marca hecha
subrepticiamente sobre su cara? Resulta que un niño de dieciséis meses sigue
jugando enfrente del espejo ajeno totalmente a la nueva marca, aunque podría
alargar la mano hasta el espejo para investigar esa imagen algo inusual.
Pero si colocamos a un niño de veinticuatro
meses frente al espejo, veremos que se lleva la mano a la cara inmediatamente
para explorar esa mancha extraña. Esta reacción enérgica indica que el niño de
veinticuatro meses reconoce la imagen y piensa: “ése soy yo”. Algo ocurre en el
cerebro durante su desarrollo que provoca que se haga autoconsciente, pero qué
es exactamente sigue siendo un misterio.
Si la conciencia surge en los humanos a los
dieciocho-veinticuatro meses, podemos hacernos la misma pregunta a escala
cósmica: ¿cuándo surgió la conciencia por primera vez en el universo?
Seguramente nada pudo evolucionar tanto como para ser considerado consciente al
poco tiempo de la Gran Explosión. Así que debió de haber un momento en el que
se produjo la primera experiencia consciente. De modo que la consciencia
probablemente tiene una naturaleza distinta a la gravedad o el tiempo, aunque
todavía sigue estudiándose hasta qué punto aquélla es una noción emergente o
fundamental.
El psicológo estadounidense Julian Jaynes,
fallecido en 1997, propuso la hipótesis de que la surgimiento de la conciencia
en los seres humanos puede ayudar a explicar la creación del concepto de Dios.
La evolución de la conciencia trajo aparejada la sensación progresiva de que
había una voz en nuestras cabezas. Quizá, sugirió Jaynes, Dios apareció al
tratar de dar un sentido a este incipiente mundo interior.
Al leer estas palabras, el lector
probablemente tendrá la sensación de que resuenen en su cabeza. Esto es parte
de nuestro mundo consciente. Aunque dichas palabras no suenan en alto ni son
oídas por otras personas, forman parte de nuestro mundo consciente y son
solamente nuestras. Jaynes creyó que, al evolucionar y surgir la conciencia, la
impresión que supuso esa voz dentro de nuestras cabezas podría haber dado
origen a la idea de una inteligencia trascendente, algo que no es de este
mundo, y que esto condujo al cerebro a interpretarla como la voz de Dios.
Esta idea de que nuestro mundo interior está
próximo al concepto trascendente de Dios es central en muchas prácticas
religiosas orientales, incluida la tradición védica. Brahman, el ser
trascendente supremo de la religión hindú, se suele identificar con ätman o el concepto de uno mismo.
Como dato curioso, Jaynes creyó que podemos
datar de hecho el nacimiento de la conciencia en la evolución humana. Él lo
sitúa en algún punto del siglo VIII a.C., entre la creación de la Ilíada y la de la Odisea de Homero. En la Ilíada
no hay rastro de mundo interior en los protagonistas, ni de introspección o de
conciencia. Los personajes del asedio de Troya actúan simplemente movidos por
los dioses. En la Odisea, por el
contrario, vemos que Odiseo es claramente introspectivo, consciente de sí
mismo, consciente de un modo nuevo muy diferente al de los personajes de la Ilíada.»
[El texto pertenece a la ediicón en español de Editorial Acantilado, 2018, en traducción
de Eugenio Jesús Gómez Ayala, pp. 398-403. ISBN: 978-84-16748-89-1.]
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